Elogio de Marco Junio Bruto

Es una especie de cesarismo sin César en el que los cuadros intermedios, con responsabilidades intermedias, son eliminados de un plumazo por una masa irresponsable y nebulosa que, después de su actuación única, como un coro de tragedia griega, unánime e innominado, se diluye y desparece


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Las elecciones primarias en los partidos políticos son como las asambleas universitarias, ignoro si se siguen celebrando, en las que cuatro avispados líderes pastoreaban a la concurrencia para promover una huelga en defensa de cualquier causa próxima o remota. Una parodia de democracia ateniense con descrédito de la propia idea de la democracia.

El partido popular ha abrazado con entusiasmo la causa del populismo, que tan de moda parece estar, y nada más populista que el sufragio universal cuando el cuerpo electoral que, supuestamente y por cierto, era de ochocientos mil militantes (al final han resultado ser, más bien, ochocientos o mil), es llamado a ungir deprisa y corriendo al sustituto del viejo líder, derrotado inesperadamente en la berrea por su contrincante más joven.

En el populismo las ideas son lo de menos, lo importante son las fotos, si recuerdan a las de Kennedy mejor, las palabras sonoras y vacías, la visita a los mercados, el besuqueo de niños y ancianos y la total irresponsabilidad tanto del líder que salga de resultas de esta suerte de carnaval como del cuerpo electoral que pronto no recordará haberlo elegido.

El líder, al emplazar a la masa de militantes a una decisión basada en un desconocimiento del candidato, y de sus ideas si las tiene, promueve con esta «provocatio ad populum» una especie de lapidación benigna con votos, que diluye la responsabilidad del resultado en una Fuenteovejuna en la que todo el mundo- o sea nadie- eligió a un señor o señora con las bases mínimas del ectoplasma simplón proyectado en las redes sociales o la televisión («dadme a mí las televisiones», bramaba el otro día Pablo Iglesias, que sabe de esto).

Es una especie de cesarismo sin César en el que los cuadros intermedios, con responsabilidades intermedias, son eliminados de un plumazo por una masa irresponsable y nebulosa que, después de su actuación única, como un coro de tragedia griega, unánime e innominado, se diluye y desparece.
A partir de ese momento el líder se constituye en “querido líder” y todo el poder emana de él. Se convierte bien en Juan Domingo Perón o bien en Evita, con las catastróficas consecuencias que la historia enseña.

Al sufrido militante se le supone, como el valor al militar, al menos una preocupación política por los grandes temas nacionales, por encima del ejército de gente que ni sabe ni contesta, ni le interesa lo más mínimo nada.

Por encima del militante hay un grupo de militantes más conscientes, que aceptan implicarse y dedicar horas de su tiempo a la gestión de la cosa pública y son así el esqueleto ya visible, con caras e identidades, y responsabilidades, que en función de sus capacidades o habilidades van ascendiendo en el organigrama del partido. Las primarias son la tentación cesarista que elimina o minusvalora a los suboficiales o a los aristócratas del partido.

Polvo sudor y hierro el líder o la lideresa cabalgará con unas mesnadas con iguales méritos y los cargos necesarios en todo ejército, mariscales, generales, sargentos, cabos, zapadores… en todo caso deberán su puesto no a sus méritos o condiciones, sino a la divina voluntad de César.

Perdonen que le llame César pero es que no le conozco demasiado.