El Valle de los Caídos

Practicado el exorcismo, y arrojado el cadáver al muladar, la Guerra Civil de 1936 supuestamente se disipará, sus fantasmas ya no volverán a aparecérsenos más y nos convertiremos, finalmente y por ensalmo, en socialdemócratas suecos


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Hace algún tiempo vino un vecino de Garrucha a mi despacho en pleno verano, para consultarme ciertos aspectos relacionados con un panteón familiar, los derechos inherentes a su titularidad, los conflictos derivados de su condominio y las primacías que el derecho establecía para ocuparlo entre familiares no muy bien avenidos.

Era, como ahora, un día luminoso de la canícula estival. Mientras el buen hombre desgranaba sus cuitas, que no eran novedosas, yo no podía evitar mirar a sus espaldas y ver el azul del mar, las gentes bañándose o tomando el sol, los artefactos multicolores de plástico , las sombrillas de cañizo que confieren un aire caribeño a la playa de Garrucha, y los barcos del yeso con su ajetreo habitual.

Hasta que en un momento determinado, y dado que tenía una buena relación con él, le dije “Mire don G., yo creo que esta conversación debemos aplazarla, debe usted volver mejor un día de finales de noviembre, con tormenta y gran aparato eléctrico, acompañado a ser posible de un par de sujetos patibularios, provistos de palas y picos”.

Mi interlocutor sonrió y aplazamos la resolución del problema hasta que la escenografía fuera la adecuada. Ya ha fallecido, e ignoro, aunque presumo, que la Parca resolvió estas preocupaciones, que a veces nos atenazan y que, en realidad…¿son tan importantes?.

Me ha recordado esta anécdota el problema del Valle de los Caídos, un cementerio con muertos incómodos que, a lo que parece, un estado de opinión fuerte y un gobierno débil quieren desahuciar, para practicar una postrera y reconfortante lanzada al moro muerto.

Practicado el exorcismo, y arrojado el cadáver al muladar, la Guerra Civil de 1936 supuestamente se disipará, sus fantasmas ya no volverán a aparecérsenos más y nos convertiremos, finalmente y por ensalmo, en socialdemócratas suecos, que, desde Sancho el Fuerte, es lo que, en el fondo, siempre hemos querido ser.

Enterraremos la historia o, mejor, la reescribiremos al gusto de la corrección política. Y ya, palabrita del Niño Jesús, no volveremos a utilizarla más para descalificar la ideología del contrario.

Yo creo que una solución alternativa sería cerrar al público el Valle de Los Caídos, convertirlo en una especie de paralelo 38 entre las dos Coreas, entre las dos Españas. Por ley prohibiría el acceso al cementerio, a la cripta y a su entorno y dejaría de realizar mantenimiento alguno. La naturaleza poco a poco iría apoderándose del lugar, como la piedra sepultada entre ortigas del verso de Cernuda:

“Donde penas y dichas no sean más que nombres/
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo”

Dentro de doscientos años volvería a abrirlo – un rato - a nuevas generaciones, que tendrán nuevos problemas y todo será recuerdo y todo será olvido. Como el Coliseo Romano habrá perdido cualquier vestigio de emoción y solo quedarán piedras, ruinas de un pasado inerte.

Otra solución, es la que han adoptado en Budapest. Cuando cayó el comunismo se encontraron con multitud estatuas, de estilo ecléctico-horroroso similar al del Valle, de los iconos del marxismo leninismo y, en lugar de destrozarlas a martillazos, como sí hicieron con las de Stalin en la revuelta de 1956, las desmontaron y las agruparon todas ellas en un curioso parque temático en las afueras de la ciudad.
Visitarlo cuesta mil quinientos florines (1.000 si eres estudiante).