Manadas y cardúmenes

Imagino que la ley permite que la manada esté en la calle, pero lo que no cuela es que no haya riesgo de reiteración delictiva


..

MARIO SANZ CRUZ

Un par de semanas antes del chupinazo, poco antes de que salgan los toros a recorrer las calles de Pamplona, han soltado a la manada, para que vaya dando ambiente y cornadas por donde pase. Esta sociedad tiene un problema. Bueno, esta sociedad tiene muchos problemas pero ahora hablamos de uno en particular, el de hacer todo lo posible por dar malos ejemplos, además de maleducar a nuestra juventud y reincidir tozudamente en los errores.

No se puede ser más inoportuno. ¿O es que pensaban que con el Mundial de Fútbol nadie se iba a enterar de la noticia? Por suerte, a las mujeres les gusta menos el fútbol y muchas están atentas a sus intereses, prescindiendo del ruido ambiente.

Imagino que la ley permite que la manada esté en la calle, pero lo que no cuela es que no haya riesgo de reiteración delictiva. Gente con sus antecedentes en redes, con juicios abiertos por casos similares y con la actitud que exhibe al salir de la cárcel, es evidente que no está arrepentida, y ante ella peligran sus víctimas anteriores y las futuras que tengan la mala suerte de cruzarse en su camino festivo-depredador.

Obviamente, esta gente no cree haber hecho nada malo. Para ellos es normal juntarse en manadas para cobrar presas más fácilmente, es normal utilizar acreditaciones de las fuerzas de seguridad para allanar el camino, es normal utilizar drogas para que sus presas no se resistan, es normal robar el móvil de sus víctimas para evitar que denuncien sus fechorías, es normal jactarse de sus “machadas” y colgarlas en las redes. Lo peor es que esta forma de pensar no es exclusiva de la manada, la comparten los que jalean sus “heroicidades” en las redes, los familiares que les protegen y que son responsables de su pésima educación, los jueces que no ven extraño su comportamiento, etc., etc., etc.

Entre tanto, siguen llegando otros grupos de personas, en manadas desorganizadas, que quizás sean más bien cardúmenes porque vienen del mar como los peces y se mueven arrastrados por las mareas; personas que huyen de la guerra, de la pobreza, de la injusticia y el abuso, jugándose la vida al cruzar el Mediterráneo. Sobre esos sí que hacemos caer todo el peso de la ley. Depravados delincuentes que se empeñan en buscar un futuro, en tener algo que llevarse a la boca, en huir de la destrucción que nuestras políticas y nuestras multinacionales dejan en sus países de origen. La demagogia que inunda nuestros medios nos convence de su peligrosidad, nos inculca el miedo a lo desconocido, nos hace que defendamos el aislamiento de la vieja Europa y que entendamos actitudes tan inhumanas como negar el desembarco de náufragos en las costas de Italia y Malta, en clara contradicción con las leyes del mar, con las del sentido común y con las del mínimo sentimiento humanitario.

Las fronteras no pueden ser la solución, la insolidaridad y la crueldad no pueden instalarse en nuestras vidas. Somos seres empáticos, buenos, unos solidarios y otros piadosos, y, excepto algún masoquista, todos somos tendentes a hacer con el prójimo lo que nos gustaría que hiciesen con nosotros. No nos dejemos engañar, no nos dejemos atemorizar. Los náufragos de África y Asia son nuestros hermanos, los perros asilvestrados de las manadas no merecen ser familia nuestra.

¿Por qué no deportamos a todas las manadas que hay en España, que son muchas, y nos quedamos con los emigrantes que quieran compartir su futuro con nosotros? ¿Por qué nos asusta la gente que viene de fuera, que no ha hecho nada malo más allá de querer sobrevivir, y nos parece normal que aquí nos comamos unos a otros? Está claro que tenemos un problema.