CIRUJANOS DE ALMERÍA. Diego Ramírez: «Se emociona quien tiene corazón, a mí me ha pasado muchas veces hablando con mis enfermos»




ALMERÍA HOY / 23·06·2018

La gran persona y el excepcional profesional coinciden en la figura de Don Diego Ramírez (Vera, 1 de enero de 1950), el cirujano por cuyas manos, que desprenden humanidad y conocimientos, han pasado más de 500 mujeres de la comarca afectadas por el cáncer de mama.
Ahora, forzado a retirarse, lamenta que no se haya tenido en cuenta su deseo de seguir activo. Nosotros también. Cuarenta años ejerciendo con pasión su profesión le reportan una sabiduría que la Sanidad no debería esquinar.



A usted le jubilaron con plenas facultades y siendo uno de los mayores activos del Hospital La Inmaculada ¿cómo lo asumió?

- No fue plato de gusto. Yo me siento en plenitud y, de hecho, me jubilé 2 años después de tener que hacerlo. La dirección del Centro cursó solicitud para que me nombraran emérito, pero el Servicio Andaluz de Salud no lo estimó oportuno. No sé por qué ni tampoco me interesa saberlo.

Porque usted mantiene viva la vocación.

- Yo me hubiera quedado toda la vida en el Hospital.

¿Considera un desperdicio prescindir de la experiencia, como en su caso?

- La experiencia es un grado, pero siempre desde la autocrítica, el estudio y la preparación constantes. Si no la acompañamos de una formación permanente, sólo se queda en un mero transcurrir vital. No por tener más edad se tiene más razón.

¿Cómo llega usted a ser médico?

- Yo vengo de una familia humilde. Mi padre transportaba escombros y estiércol con un carro y realizaba labores agrícolas. Su lema era el trabajo y le surgió la oportunidad de gestionar una panadería. En el instituto, uno de mis profesores, Don Jacinto González, que me tenía un gran cariño, me decía, medio en broma, que yo iba a trabajar de practicante en su clínica, que estaba en la Calle Mayor. Así empezamos, de broma, y hasta hoy. Ese verano estuve allí para comprobar que no me desmayaba al ver una gota de sangre, pasé la prueba de iniciación y, en octubre, ingresé en la Escuela de Enfermería del Hospital Clínico de Granada.

Pero su primer contacto con la Medicina se debió a la enfermedad.

- Sí. A los 18 meses me diagnosticaron poliomielitis. El resultado fue una cojera más que evidente.

A esa edad, no recordará nada. Tampoco si estuvo cerca de morir.

- Sólo recuerdo lo que me contó mi madre. Fui el único superviviente de aquel brote en Vera, el último antes de la aparición de las vacunas.

¿Cómo fue esa relación del niño enfermo con el mundo sanitario?

- Mi madre hizo el bachiller de la vida acompañándome a Barcelona para que me operaran. Me contó que estando en una sala de espera –en aquellos tiempos no había tantos ‘tresillos’ en las casas- cuando yo, que era un crío, veía un ambiente que se salía un poco del normal que había en casa, ya creía que estaba en una consulta médica y me ponía a llorar.

Luego no es nuevo eso del síndrome de la bata blanca.

- Claro que no es nada nuevo. Lo que ocurre es que nos hemos convertido en especialistas en poner nombres.

¿Cuántas operaciones sufrió de pequeño?

- Una. A mí me operó, gracias al esfuerzo de mis padres, el doctor don Manuel Bastos Ansart, el pionero de la cirugía ortopédica en España. Este hombre estuvo en el bando republicano durante la Guerra, donde coincidió con el doctor don Rodolfo Soriano, un médico de Vera muy respetado en mi familia. Don Rodolfo le dio a mis padres una carta de presentación para el doctor Bastos, que me operó en la clínica Quirón de Barcelona en 1956.

Entonces, lejos de adquirir aversión a la medicina, usted acudió a la llamada de don Jacinto González.

- Por supuesto. Tengo mucho que agradecerle. Aprendí mucho de él, que fue un hombre poco valorado en Vera porque cometió el error de acabar la carrera y venir aquí a montar una clínica para satisfacer el deseo de su padre. Esto me lo confesó más de una vez.

¿La gente piensa que quien está aquí es porque no ha encontrado hueco en otro sitio?

- Cuando uno llega nuevo a cualquier sitio, la gente no conoce tus aptitudes y hay que agradecerle que se ponga en tus manos y decida que le operes, porque no sabe qué puedes dar de ti. Yo lo tengo muy claro. Estoy extremadamente agradecido a mis pacientes y a sus familiares. Me podrán quitar la extra y la mitad de las guardias para que les cuadren los presupuestos. Todo eso me da igual, porque nunca podrán quitarme la mirada de mis pacientes.

¿Se emociona usted fácilmente?

- Sí. Soy muy emotivo. El señor que no llora cuando se muere su padre, no es persona. Se emociona quien tiene corazón. A mí me ha pasado muchas veces hablando con mis enfermos.

A la hora de pensar ¿hay que dejar el corazón a un lado?

Para hablar hay que tener partitura. Tuve un profesor de Histología, el doctor Ortiz Picón, que decía que hasta el sexo está en el seso. Como él, yo estoy convencido de que todo está en el cerebro.

¿Hasta el alma?

- Eso no lo puedo contestar. Es una cuestión muy subjetiva y territorio íntimo.

¿Usted es creyente?

Sí. Y practicante.

¿El alma trasciende a la mente?

- Es difícil de definir.

Granada es familiar para usted, ¿verdad?

Sí. Mucho. Fui allí en 1966 para estudiar enfermería y acabé en el 69. Me di cuenta de que podía aspirar a algo más, los compañeros me animaron y cursé Medicina, y regresé a Vera para realizar el bachiller superior. Empecé el primer año en que hubo numerus clausus. Nos presentamos 800 para 400 plazas. Hice la carrera mientras trabajaba como enfermero. Primero con un cirujano y, después, en el Hospital Clínico. Paralelamente, obtuve la licenciatura en 6 años con un gran esfuerzo mío y de mi mujer.

¿Cómo participó su mujer?

- Muchísimo. Nos casamos cuando yo estudiaba 3º de Medicina. Me hacía las matriculas, iba a por los apuntes y me soportaba los días en que yo llegaba a casa “repuntado”, porque estaba sometido a una tensión que no era normal. Soportó aquellos años remando conmigo. Nunca se lo agradeceré lo suficiente.

Hoy no es tan habitual encontrar chavales que estudien una carrera mientras trabajan.

- La situación económica no es la misma. En cualquier caso, hoy existe también un importante porcentaje de jóvenes que simultanean trabajo y estudio. Las condiciones son distintas. El alumno puede diseñar el curso ahora, mientras que, antes, todo era más rígido. También es verdad que, hoy, quien va a Medicina es un superdotado. En aquella época no existía una selección tan radical y el nivel de exigencia era menor. Además, los alumnos son ahora muy competitivos. Antes éramos amigos y nos dejábamos los apuntes. Hoy, los compañeros de clase se ven como rivales y enemigos porque saben que se van a enfrentar en unas oposiciones.

¿Cómo aterriza de nuevo en la comarca?

- Al terminar conseguí una plaza en el Clínico de Granada para cursar la especialidad de Cirugía General y Aparato Digestivo. Tras esos tres años, tuve que buscar dónde ejercer. Entonces no se publicaban en ningún sitio las plazas vacantes y tenías que llamar a todos los colegios provinciales de médicos para informarte. Yo me examiné en Huelva, en La Rioja... Cada tribunal aprobaba a su gente. Yo acabé de ayudante de cupo en Huércal Overa.

¿Qué era eso del cupo?

- Antes, la Sanidad se estructuraba por cupos. Había un cirujano y un ayudante que tenían asignadas un número de cartillas. La plaza que yo obtuve era la más humilde posible. La podía cubrir un médico general. Más adelante, llegué a ser el titular. Yo iba todos los días a ver a mis enfermos. Por las tardes llamaba para ver su evolución. Si me decían que alguno tenía unas décimas de fiebre, iba a Huércal para ver qué podía haber pasado. Entonces no había la infraestructura que hoy tenemos. Ni siquiera un equipo de guardia. Esos años, desde 1980 hasta 1987, fueron muy duros.

En un Hospital que no es el que hay ahora. En el recuerdo sigue aquel edificio en el centro de Huércal Overa, que nunca reunió las condiciones para convertirse en sanatorio, aunque hizo el papel muchos años.

- Yo inauguré el quirófano de aquel hospital y elegí el instrumental. Todavía se usa parte de aquel primer pedido que hice a la Ortopedia Hnos. Muñoz, de Murcia. Era consciente de que cualquier error sería una losa. Todo el mundo habría entendido que se hubiera debido a que éramos unos incapaces. A mi hermano, que durante un tiempo actuó como ayudante mío, le decía: ‘José, para que nos den un aprobado, hemos de operar siempre a un nivel diez’.

¿Trabajar en un convento reconvertido en hospital, con habitaciones de hasta seis enfermos y deficiencias estructurales en el edificio, supuso una presión añadida?

- Sin duda. Era un peso agotador pero, al mismo tiempo, estoy muy orgulloso y satisfecho del trabajo realizado. En ese humilde Hospital diseñamos técnicas originales reconocidas a nivel internacional. Cirujanos de Granada y Almería venían a aprender con nosotros. Aquí, en un hospital de 250 camas, fuimos, gracias a la iniciativa del doctor Rosado, un hombre muy lanzado, pioneros en técnicas de laparoscopia.

Con seis enfermos por habitación, insisto, si me lo permite...

- Y la gente es tan buena que ponían en las encuestas de evaluación del servicio que todo estaba muy bien. Cuando yo les recordaba que estaban seis en una habitación compartiendo el mismo aseo, me respondían que antes no tenían nada. Ellos creían que dejar una nota negativa iba en contra de los médicos.

Antes no tenían nada, pero una Sanidad digna era un derecho.

- Es muy triste que tuvieran que estar en esta zona de esa manera.

¿A qué manera se refiere?

- Me refiero a que había seis camas por habitación y en el resto de España ya no se daba esa situación.

- Quizás porque en otros sitios, como Granada, cuando observan que peligra la calidad del servicio, salen 80.000 personas a la calle.

- Es cierto que Granada ha sido siempre un referente sanitario. La gente va allí buscando una esperanza. Pero las instituciones las hacen los profesionales. Un médico puede exigir los medios que necesite. En Huércal hemos tenido lo que hemos querido. Yo me puse a reconstruir mamas y nadie me ha llevado la cuenta de las prótesis que he implantado. He pedido las que he necesitado y de primera calidad. Nadie me escatimó ninguna.

- ¿Cómo vivió el cambio del viejo al nuevo hospital?

- Pues como se percibe el cambio de una casa pequeña y vieja a otra más grande y cómoda, con unas dependencias que la gente de esta zona merece.

- A usted se le relaciona con el cáncer, pero no es oncólogo.

- No. Yo soy cirujano general y del aparato digestivo con un Master en Patología Mamaria. Cuando hice la residencia, al catedrático que dirigía el departamento le resultaba atractiva la patología del cáncer de mama, de ahí mi querencia hacia ese órgano. Estaba un tanto olvidada porque era muy simple. Cáncer de mama era igual a mastectomía, es decir, extirpación de la mama. No era un campo en el que se pudiera crecer científicamente. Después, la cosa cambió.

- ¿Su especialidad le ha llevado al aprendizaje de la cirugía plástica reconstructiva?

- Yo no soy cirujano plástico, pero el cirujano que opera mama ha de tener en cuenta que el tratamiento no está completo hasta que se ha conseguido la simetría con la otra mama. Cuando trabajas en un hospital grande, tras el trabajo del cirujano general llegan los plásticos. En un hospital comarcal pequeño, estás obligado a tener los suficientes conocimientos para dejar la mama en las mejores condiciones estéticas. Eso se llama Cirugía reconstructiva oncológica. No puedes quitar un tumor y dejar la mama con un aspecto que no es agradable. No es lo correcto.

- Para que la mujer pueda mirar su cuerpo sin traumas...

- Efectivamente. La mama forma parte del esquema mental de la mujer. Yo he visto llorar a mujeres con más de 80 años porque se les iba a amputar una mama. También me han dado ganas de echar a hombres de la consulta al ver la desconsideración que tenían con su pareja a la que le iban a quitar una mama y les decían ‘total, si es sólo un cachillo’.

- Tal vez intentaban restar importancia a un drama.

- No. Yo sé distinguir un intento de banalización de una falta de sensibilidad. Ante un trauma de este tipo, la pareja es muy importante.

- ¿La mujer siempre quiere la reconstrucción?

- No siempre. Depende de cómo se lo enfoques. Cuando la mujer tiene un problema así, la forma de solucionarlo depende de su formación, su base cultural, las creencias...

- Tengo entendido que usted ha realizado 532 operaciones.

- Esas son las personas que he operado de cirugía maligna como jefe de equipo. No cuento las intervenciones en la que he actuado como ayudante ni otras realizadas por lesiones benignas que, afortunadamente, son las más abundantes.

- Pero también asustan.


- La mujer, cuando llega hasta ti con una patología de mama, lo que quiere saber es que no se trata de un cáncer, porque ella siempre piensa que lo tiene. Por eso es tan importante conocer esa patología benigna.

- ¿Y conocer la psicología de la mujer?

- Eso es fundamental. Ha de brotar tu parte femenina. Tienes que saber qué significa una mama para una mujer y lo que está sufriendo. El cirujano que se dedica a la patología de la mama debe tener una sensibilidad especial. La enfermedad y la salud son dos hermanas siamesas unidas por la espalda y donde no llega la ciencia tiene que hacerlo la humanidad. El médico curará cuando pueda, pero siempre tiene que consolar.

- ¿Y qué pasa cuando hay que consolar al doctor?

- No siempre he estado para diez, y lo lamento. Somos humanos y a veces nuestros problemas nos restan facultades. Hay que procurar llegar al trabajo ya llorado de casa.

- Repito, 532 operaciones a seres humanos, porque a usted no le gusta hablar de números.

- Es que son almas. Algunas me han quitado noches de sueño.

- ¿Por sus consecuencias o por el sufrimiento de la persona?

- Ha habido de todo. El médico no es impermeable a los sentimientos. Hasta el último día he estado preocupado por mis enfermos. Aunque no estuviera ejerciendo.

- Pero usted no se ha despegado del todo de su profesión.

- Es verdad. Ahora dirijo una unidad diagnóstica de patología mamaria en Euroclínicas.

- ¿Y qué hace exactamente?

- En Euroclínicas, cuando llega la paciente, le abro su historia clínica y le hacemos las pruebas necesarias. Si a la mujer que te llega presa de ansiedad le abres su historial, le haces una mamografía y, si procede, una ecografía, pasa a tu despacho y le dices que no tiene nada antes de que salga por la puerta, le estás prestando un servicio exquisito. Esa fue la propuesta que me hizo Euroclínicas y no pude rechazar.

- ¿Cuánto ha bajado el índice de mortalidad por cáncer de mama desde que usted empezó a tratarlo?

- No se lo puedo decir en términos estadísticos. Depende del momento en que se ataje la enfermedad. Hoy tenemos la ventaja de que su diagnóstico es más precoz. Ahí radica el éxito del tratamiento del cáncer y, en la mama, se ha conseguido. Por lo tanto, alrededor del 95% de las mujeres afectadas se pueden curar.

- ¿El peor momento de un médico es aquél en que tiene que decir al enfermo que tiene un cáncer en fase terminal?

- Ahora está muy de moda decir toda la verdad. Yo no he actuado nunca así. He dicho a mis enfermos toda la verdad que ellos han podido soportar, lo que se resume en contestar a sus preguntas.

- ¿Eso no genera algún tipo de dilema?

- Que me pregunten. Si son muy mayores, no les digo nada. Hablo con los hijos y les hago ver la conveniencia de operar o no. Yo comienzo preguntando a mis enfermas cómo les va, les doy la mano... Cuando les digo que tenemos un problemilla, no hacen falta más palabras. Si las necesitan, me preguntan. Mi madre tuvo ese problema. El oncólogo le dijo que tenía una cosa que no era ni buena ni mala, y que le iba a poner unos sueros que, tal vez, le causaran una caída del cabello. Ella le dijo al médico que no necesitaba que le dijera nada más. Había intuido perfectamente cuál era su problema. Si ella no quiere saber más, ¿por qué tiene que decírselo nadie?

- ¿Son justas las críticas que se vienen escuchando sobre las carencias del Hospital de La Inmaculada?

- No se puede evaluar un hospital con los mismos parámetros que hace 30 años. Cuando yo empecé, un enfermo con una hernia pasaba 7 días ingresado. Luego hemos aprendido que lo estábamos haciendo mal. Yo he operado a un enfermo de esa misma hernia a las 9 de la mañana y a las 8 de la tarde estaba durmiendo en su casa. Hemos sido el Hospital con mayor incidencia de cirugía ambulatoria. Que se quede un paciente un día ingresado por una hernia o una vesícula es una excepción. Un hospital no debe medir por el número de camas. No es lógico tener a un enfermo en el hospital un fin de semana esperando que le hagan una prueba. Es mejor para él esperar en su casa.

- ¿En algún momento no ha estado capacitado el Hospital de Huércal Overa para satisfacer la demanda de los usuarios del Área Sanitaria Norte?

- A mí no me consta y estoy en él desde el inicio de su andadura.

- Sin embargo, sabemos que ha habido días con 30 camas en Observación de urgencias y enfermos que han estado en ese servicio durante días.

- Pero ¿cómo se aguanta una avalancha de broncopatías? Un hospital, paradójicamente, no es un lugar sano, porque está lleno de enfermedades. Muchas de ellas contagiosas. Si mantienes a un paciente 24 ó 48 horas en Observación, en lugar de ingresarlo, estás haciéndole un favor. Por otra parte, ¿por qué nos resistimos a admitir que a personas de cierta edad le ha llegado su hora? ¿por qué insistimos en hipermedicalizarlas? A alguien cuya vida se está apagando, como una vela que se queda sin cera, el hospital sólo le aporta malestar. ¿Por qué no se le deja morir en su cama con dignidad?

- Si morir es tan natural como vivir, ¿por qué nos resistimos tanto a hacerlo?

- Por el miedo a lo desconocido y a abandonar a tus seres queridos.

- ¿Teme a la muerte?

- No. Sé que es un hecho natural y, en muchas ocasiones, preferible a la enfermedad. Temo a la muerte de quienes me rodean.

- Usted no elegiría un tratamiento de choque.

- Son situaciones sobre las que hay que decidir cuando te enfrentas a ellas. No se puede hablar desde una supuesto teórico.