El vegetariano carnívoro

Debe ser aquello que Buñuel denominaba el discreto encanto de la burguesía. Al que, ¡ay! tan pocos pueden resistirse mucho tiempo: el expresidentes de Uruguay y algún otro chalado más


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Qué bonito es pensar que existieron personas de intachable conducta, mucho mejores que nosotros, que nos sirven, tanto en el pasado como en el presente, de faro y guía del camino a recorrer para vencer a nuestras humanas debilidades. Seres que vivían de acuerdo a lo que predicaban y con sus palabras, y especialmente con sus actos, nos mostraban y nos muestran un camino de perfección. Por sus hechos los conoceréis.

En la religión católica se les conocía, preferiblemente una vez muertos, para evitar sorpresas y desengaños, como “santos”. Se les representa con un halo y algún atributo de su vida de santidad o de si injusto martirio. Se contaba de alguno de ellos incluso que en la inspección rutinaria previa a su subida a los altares y, abierta la tumba a estos burocráticos efectos, exhalaba su cuerpo el olor perfumado de las rosas, maravillando con la incorruptibilidad de sus restos a los admirados pecadores que tuvieron la dicha de contemplar el prodigio.

Cuando el mundo se hizo descreído, no por ello la virtud desapareció de la faz de la tierra. El mismo Robespierre, santo y mártir de su propia Revolución, recibió el cariñoso alias de “El Incorruptible”. Los anarquistas decimonónicos ocuparon el espacio de los santos católicos o de los renunciantes hindúes, bajo la premisa de que el mundo cambiaría a mejor si todos nos hacíamos vegetarianos, aprendíamos esperanto y matábamos a algún que otro cura.

En nuestro santoral político-laico nacional ocupaba un lugar señalado D. Adolfo Suárez. Pero ahora, con motivo de alguna exhumación testamentaria hemos sabido de la puesta en el mercado por sus herederos de un casoplón mallorquín que le perteneció, por la modesta cifra de 13 millones de euros. Nunca hubiese adivinado que la Secretaría General del Movimiento, la Dirección de RTVE o la Presidencia del Gobierno fuesen tan rentables ni que las mansiones espectaculares atrajesen a un hombre que se alimentaba de ducados y tortillas francesas.

No menos sorprendente es la adquisición de un admirable chalet, unos modestísimos seiscientos mil euros, por parte de la pareja de santones que dirige con mano firme ese conglomerado de seres arcangélicos que es Podemos, látigo de corruptos y debelador de capitalistas, burgueses y empresarios.

Debe ser aquello que Buñuel denominaba el discreto encanto de la burguesía. Al que, ¡ay! tan pocos pueden resistirse mucho tiempo: el expresidentes de Uruguay y algún otro chalado más. Normalmente viejos ascéticos a los que los placeres de la carne y del pescado ya les están vedados.

Al firmar esta hipoteca asumen que su respectivo nivel de ingresos les seguirá acompañando durante los próximos treinta años. Eso es mucho presumir y un mal resultado electoral lo tiene cualquiera. “Es para vivir, y no para especular, como De Guindos” protestan. Pero a De Guindos, que parece amante de la buena mesa y escasamente ascético, no se le conocen proclamas en contra de la riqueza y los bienes en que esta se manifiesta habitualmente. Es la diferencia entre un vegetariano y un carnívoro. Ambas opciones igualmente respetables, pero un puntito más exigente la primera que la segunda.

La mansión, amansará sin duda a la pareja revolucionaria. Y si la pierde por azares de la mudable Fortuna, confirmando la monstruosa inhumanidad de la banca, siempre estará Ada Colau para protestar, vestida de abeja Maya, contra los abusos y tropelías de la casta, y en defensa de los desahuciados no especuladores.