La vergüenza de la Universidad

La degeneración universitaria española no es de hoy; el proceso empezó algunos lustros. Valga una parva ilustración. Hace un tiempo me tocó formar parte de un tribunal de tesis. En la cubierta de su tesis, el doctorando agradecía las facilidades que le habían dado sus «dos almas máter», al haber cursado estudios en dos Universidades. El hombre creyó que alma en latín significa «alma» y no «nutricia». Ignoraba, por tanto, que el alma máter quiere decir «la madre nutricia», es decir, la Universidad. Bueno, pues el ignaro doctorando fue premiado con un sobresaliente, con mi voto en contra. Se supone que habrá llegado a ser profesor en alguna de sus dos «almas máter»


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AMANDO DE MIGUEL

Pertenezco a una generación y a un ambiente en que llegar a la Universidad constituía un gran esfuerzo y también un timbre de orgullo. Tuve la suerte de contar con algunos excelentes maestros, que me llevaron a cultivar el espíritu de superación. Amplié estudios y profesé en prestigiosas Universidades norteamericanas. Hoy contemplo el estado de las Universidades españolas y me da por llorar.

La degeneración universitaria española no es de hoy; el proceso empezó algunos lustros. Valga una parva ilustración. Hace un tiempo me tocó formar parte de un tribunal de tesis. En la cubierta de su tesis, el doctorando agradecía las facilidades que le habían dado sus «dos almas máter», al haber cursado estudios en dos Universidades. El hombre creyó que alma en latín significa «alma» y no «nutricia». Ignoraba, por tanto, que el alma máter quiere decir «la madre nutricia», es decir, la Universidad. Bueno, pues el ignaro doctorando fue premiado con un sobresaliente, con mi voto en contra. Se supone que habrá llegado a ser profesor en alguna de sus dos «almas máter».

Últimamente, los ejemplos de degradación son mucho más graves y públicos. El dirigente de un partido de izquierdas puede ser becario de doctorado en una Universidad andaluza, pero nadie conoce el trabajo que tenía que hacer. O también, la dirigente de un partido de derechas exhibe el título de maestría por una Universidad madrileña, pero nadie recuerda que se examinara; tampoco aparece su trabajo de fin de máster. No sólo no terminan esos casos en destituciones, sino que los presuntos ganapanes se exhiben como triunfadores en sus respectivas formaciones políticas.

No hace falta recurrir a las anécdotas de tal o cual pillería administrativa. La realidad es que hoy se puede cursar una carrera universitaria, y no digamos uno de esos llamados «másteres», con nulo aprovechamiento. A los becarios no se les exige (como en mi tiempo de estudiante) que aprueben las materias con un mínimo de notable. Los magníficos rectores presionan para admitir la mayor cantidad posible de alumnos, pues así contarán con más subvenciones. Los rutilantes campus cuentan con magníficas instalaciones deportivas, pero disponen de paupérrimas bibliotecas.
Se ha impuesto la práctica de que los nuevos profesores universitarios hayan estudiado en las mismas aulas donde van a enseñar. Es casi imposible que un catedrático pueda optar a un traslado a otra Universidad. Reina pues la llamada endogamia, que a veces parece más bien incesto. El trabajo de los profesores se hace cada vez más burocrático: rellenar formularios y papeles diversos.

La vida científica y cultural en España (por otra parte, tan lánguida) tiene lugar fuera de los recintos universitarios: en fundaciones, organismos, empresas y tinglados diversos. Siempre se podrá argüir que, después de todo, España es un país de segunda, no pertenece al centro de las naciones punteras en la creación científica o cultural. Pero tuvimos ya Universidades en la Edad Media. Un pasado tan glorioso debería estimularnos un poco más. No parece que sea el caso. También es verdad que, después de todo, la economía española sigue adelante, supera la crisis y es un portentoso ejemplo de desarrollo. Bien, pero la Universidad se ha quedado atrás. Hoy tendría que ser una institución que atrajera a muchos estudiantes de otros países. Vienen no pocos, pero solo para aprender el idioma común y solazarse con el paisaje urbano, tan ameno. El propósito del avance científico sigue siendo algo extravagante en nuestras costumbres.