La muerte de Franco

Nos pareció increíble que aquella fila, de varios kilómetros en movimiento, llegase hasta el Palacio de Oriente donde estaba expuesto el cadáver de Franco


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CLEMENTE FLORES

Al comenzar la década de los setenta se aceleró el tiempo histórico y España se convulsionó al producirse pausadamente una serie de cambios políticos más profundos y estables que todos los que las guerras, revueltas, regencias, monarquías, dictaduras y repúblicas habían conseguido realizar en el último siglo. En la década de los setenta, mientras se realizaba la transición política, me casé, tuve mis dos hijas y compatibilizando estudios y trabajo aprobé, con más sobresalientes que aprobados, diez cursos universitarios. Para conseguir alargar los días y acortar las noches, no necesitaba el empuje o acicate de padres o mentores y me valí de mis inquietudes por saber y de mi fe en mis propias posibilidades. Mi vida en estos años fluyó sin sobresaltos.

El trabajo significó para mí, desde el primer día, una magnífica oportunidad de desarrollo profesional y por eso, a comienzo de los setenta me había convertido, a base de estudios y dedicación, en un experto en planificación de obras, ocupando el puesto de jefe de planificación de una de las tres mayores constructoras de España. Allí me vinieron a buscar para planificar el que iba a ser el proyecto más grande de la época en colaboración con los americanos de la U.S. Steel, que tenían la buena costumbre de acabar su jornada de trabajo a las seis de la tarde cerrando a cal y canto las puertas de la oficina.

Carecía, creía yo, de conocimientos humanísticos y pensé que los estudios de sociología eran un complemento perfecto para los trabajos técnicos a que me dedicaba. Cursé tres cursos de Ciencia Política, cinco cursos de sociología y dos cursos de preparación de doctorado.

Estudiando en la facultad de Ciencias Políticas viví día a día los últimos años del Régimen salido de la guerra y los primeros del Régimen democrático. He tenido la suerte de oír en vivo y en directo a muchos protagonistas de la historia de esos años, opinar sobre la actualidad cambiante, que se estaba viviendo. Muchas de las opiniones personales que yo pueda aportar, seguramente, estarán soportadas y originadas por otras tantas de las que oí de sus labios.


Franco conservó el poder hasta su muerte

Franco sobrevivió a todos los grandes líderes de su época como Stalin, Churchill, Roosevelt o De Gaulle hasta morir enfermo en su cama lamentando «lo mucho que le costaba morir». Nunca le tembló la mano al aplicar cualquier castigo al disidente, ni tuvo dudas de cómo actuar a la hora de conservar y mantener todo el poder, del que nadie le desposeyó hasta su fallecimiento.

Todos los complejos personales, que los tuvo, los intentó superar concentrando el poder en su persona por encima de toda creencia y de cualquier ideología. Es curioso que al Régimen político nacido de la guerra civil se le siga denominando franquista, aunque a Franco no se le conozca ninguna ideología concreta destacable.

El año 70 finaliza con uno de los pocos síntomas de clemencia de Franco cuando, a ruego de muchos líderes mundiales como Pablo VI, despide el año diciendo “que su régimen es suficientemente fuerte como para conmutar nueve penas de muerte por setecientos años de prisión” a los vascos de ETA que habían ejecutado al comisario Melitón Manzanas. El Régimen no renunció en ningún momento a emplear todos los medios represivos a su alcance y así, el 2 de marzo de 1974 se llevó a cabo la ejecución del joven anarquista Puig Antich utilizando el procedimiento del garrote vil, siendo la última de las ejecuciones llevadas a cabo por este sistema.

Sólo dos meses antes de la muerte de Franco, el 27 de septiembre de 1975, fueron fusilados en Hoyo de Manzanares tres miembros del FRAP.
Algo más de suerte tuvieron los militares de la Unión Militar Democrática que, conociendo la tradición golpista de nuestro ejército, decidieron reunirse para debatir el papel que correspondía a las fuerzas militares tras la muerte de Franco. Fueron detenidos en el verano del 75 y juzgados por conspiración para la rebelión en Hoyo de Manzanares, después de morir Franco y con sólo un intervalo de pocos meses, tras el fusilamiento de los tres componentes del FRAP en el mismo lugar. No albergaban aspiraciones golpistas ni revolucionarias, pero el simple hecho de tener inquietudes profesionales personales, les hizo sospechosos y fueron condenados a muchos años de cárcel, separados de sus cargos e incapacitados para volver a ejercer jamás sus profesiones. Eran los últimos estertores y los zarpazos desesperados de un régimen herido de muerte.


Cuando murió Franco «el Régimen» estaba muerto

Pese a que la represión y el control social se ejercían sin reparar en medios, las críticas al sistema habían aparecido, primero, de forma soterrada y después, de forma más patente. Cuando se escribe sobre estos años, los autores que lo hacen, como acabamos de hacer aquí, suelen centrar sus comentarios y observaciones en hechos puntuales y actitudes personales que consideran relevantes. Personalmente, creo que, sin quitarle importancia a las actitudes y actuaciones de ciertos personajes, el auténtico protagonista de la transición fue el pueblo español que, con relación a épocas pretéritas, había conseguido una auténtica mayoría de edad y había comenzado a darle la espalda al Régimen nacido de la guerra civil.

Tengo la teoría de que, en éste y en todos los casos, las mayores transformaciones sociales y las más estables, se han logrado avanzando poco a poco, dando pequeños pasos. Como comentamos en la entrega anterior, los años sesenta fueron en España de cambios continuos y acumulables. Cuando murió Franco, España había cambiado y el franquismo estaba muerto y por eso, y sólo por eso, pudo realizarse la transición de forma civilizada. Los cambios se realizaron durante la transición porque la mayoría de los españoles deseaban que se hiciesen, aunque muchos inmovilistas de la España ultraconservadora se opusiesen a ello. A principio de los setenta era evidente el peso del cambio generacional que se había producido en la postguerra.

En los años sesenta, cuando creció la economía, el mundo del trabajo se estaba nutriendo de cohortes de españoles nacidos después de la guerra civil. Este contingente de españoles, no era franquista ni podía ver, y mucho menos sentir, el franquismo como lo habían visto sus padres. A la mayor parte de la población joven, incluso sin ser claramente antifranquista, el «régimen franquista» le parecía añejo y fuera de lugar.
Los cambios económicos y sociales, las migraciones interiores, el fortalecimiento de la clase obrera y el influjo de nuevas ideas llegadas del exterior, también influyeron haciendo aparecer una serie de inquietudes y preocupaciones sociales que, brotando con fuerza, chocaban con el inmovilismo del Régimen.

La única oposición, de forma abierta la hizo, a mi parecer de forma muy inteligente, el partido comunista que funcionaba en la clandestinidad.
Hábilmente situado en el mundo del trabajo a través del sindicato clandestino, Comisiones Obreras lideró las reivindicaciones de las nuevas clases trabajadoras industriales en auge.

Igualmente captó, aglutinó y canalizó las inquietudes de los intelectuales más jóvenes y menos comprometidos con el Régimen, implantándose fundamentalmente en el mundo de la docencia. Tuve una impresión nítida de esa ingente y peligrosa labor del partido comunista y de la decadencia del régimen al volver a la universidad. Las tarimas de la Facultad de Ciencias Políticas se habían convertido en una serie de púlpitos donde de forma sistemática se hacía el análisis y la crítica de la realidad de forma inmisericorde desde la óptica marxista más radical.

Muchos profesores, comunistas de pose o de carnet, eran auténticos predicadores que difundían con entusiasmo las bonanzas del materialismo dialéctico como el único sistema válido y racional para acercarse a la realidad. Su comprensión a través de la obra de Marx, Engels, Lenin, Gramsci y otros era lo único que merecía la pena explicar y, por tanto, lo único que explicaban. Con independencia del mucho interés que los estudios suscitaran en mí, tuve claro, desde el primer momento, que el Régimen estaba muerto por el hecho de haber colocado y de mantener a tantos profesores, cuyo cometido era atacar desde la tribuna y desde su raíz las ideas en que podía sustentarse. Vi claro que el Régimen no tenía futuro.

En ese tiempo, la Iglesia, seguramente para hacerse perdonar los largos años de nacional-catolicismo, también sucumbió ante las teorías marxistas y logró lo que para los que habíamos sido educados en sus creencias parecía un imposible. Compaginar el materialismo marxista con el ideario místico de la noche obscura del alma, y concluir que la teología de la liberación se traducía en apoyar a los movimientos nacionalistas regionales españoles, era hacernos comulgar con ruedas de molino.

Los 'cristianos de base' comunistas, los curas obreros y la teología de la liberación eran tres oxímoron, que no sirvieron para justificar lo que no era justificable. Aquello de apoyar a «aquel movimiento justo que se ha levantado en defensa del orden y de la civilización tradicional de la patria» había muerto.

Los irreconciliables Cantero Cuadrado y Tarancón, se enteraron por la prensa de que en una redada realizada en el convento de los Oblatos de Pozuelo de Alarcón habían capturado a toda la cúpula del sindicato comunista Comisiones Obreras, que se había reunido allí. Cuando el 20 de diciembre del año siguiente estaba comenzando para ellos el juicio del proceso 1001, voló en la Calle Claudio Coello de Madrid el coche Dodge Dart del único presidente del gobierno distinto de Franco, después de la guerra.

No hay mal que por bien no venga, comentó Franco, refiriéndose al tema. Nadie lo entendió.

Franco murió el 20 de noviembre de 1975 a los ochenta y dos años tras una larga agonía. En el mismo parte oficial se anunciaba que la Jefatura de Estado pasaba al Consejo de Regencia.

El sábado, día 22 por la tarde paseando con mi mujer y unos amigos por el Paseo del Prado vimos a mucha gente que de forma continua y apresurada se iba incorporando a una fila de siete en fondo que iba creciendo conforme avanzaba. Nos pareció increíble que aquella fila, de varios kilómetros en movimiento, llegase hasta el Palacio de Oriente donde estaba expuesto el cadáver de Franco. Cuando mi amigo comenzó a trasmitirme su preocupación por la estabilidad de una España sin Franco, pausadamente le expuse mi convencimiento de que hacía mucho tiempo que podíamos pasar sin él.

Cincuenta países del mundo estaban en aquel momento controlados por sus fuerzas armadas.
SIC TRANSIT GLORIA MUNDI.