Más consejos maquiavélicos a políticos

El deseo de los hombres de conservar y acrecentar sus propiedades es tal, que olvidan más pronto la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio, por cuya conservación estarían incluso dispuestos a tomar las armas


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CLEMENTE FLORES

Por aquello de que la caridad empieza por uno mismo, comenzamos hablando de los recursos de que disponía quien detentaba el poder y mandaba, y hoy, igualmente de la mano de Maquiavelo, vamos a poner la atención en las necesidades que mueven al pueblo para aceptar el poder del que manda.
Hay que tener presente que los hombres son malos a no ser que se les obligue a ser buenos y a comportarse conforme a los deseos y la conveniencia del que manda.

El que manda siempre va a ser más obedecido si utiliza la coacción que la concienciación. Por eso, la persona que ejerza el poder debe hacer patente que tiene derecho a dirigir y controlar la conducta de sus subordinados, y que su posición como autoridad le otorga capacidad para sancionarlos y castigarlos. Compatible con lo anterior, con el mismo objeto de controlar la conducta de los subordinados, debe de echarse mano, en ocasiones, al poder de premiar las “buenas” conductas recompensándolas con algunos beneficios, sueldos o promociones profesionales.

Uno de los peores males de los hombres es su avaricia. La avaricia de los hombres y su ansiedad por conseguir ganancias les hace desear, ante todo a que no se toque su patrimonio y luego a no ser dominados ni oprimidos, y por eso están dispuestos a seguir al que manda, si les da seguridad y les aleja de los peligros.

El deseo de los hombres de conservar y acrecentar sus propiedades es tal, que olvidan más pronto la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio, por cuya conservación estarían incluso dispuestos a tomar las armas. Para mantener sus ingresos, los hombres desean poder ejercer pacíficamente su profesión. Su temor a ser robados les hace buscar la protección del poder si les garantiza y les da seguridad de que sus males, de existir, no serán largos.

En consonancia con lo anterior, quien tiene el poder no debe ser rapaz, ni robar las propiedades del pueblo, sino que debe garantizar la conservación de la propiedad y del honor. Aparte de los motivos personales para acatar las decisiones del que manda existen una serie de motivaciones sociales o colectivas que sirven para cohesionar la sociedad y para mantener valores colectivos de justicia, razón, honestidad, generosidad y algunos otros.

Estas necesidades varían con los tiempos que se viven y quien ejerce el poder debe ajustar su forma de obrar y adaptarse con prudencia a la realidad de lo cotidiano, aunque se desvíe de su inclinación natural y de la rutina de repetir siempre las cosas de una misma forma, porque las condiciones pueden haber variado y si obra adaptándose a las nuevas condiciones, siempre le sonreirá la fortuna.
El gobernante debe mantener y preservar el lenguaje, porque eso ayuda a mantener las costumbres, y debe evitar el desorden para que los súbditos se sientan seguros.

Es conveniente que el pueblo, como grupo, sienta que puede hacer grandes cosas como fiestas, triunfos deportivos y cualquier otra acción singular que tienda a hacerles significarse y ayude a acrecentar su grandeza como grupo frente a otros similares.

El gobernante estará atento para sumarse a estas acciones y empresas colectivas en el momento oportuno, haciendo en ese momento ostensible su apoyo para atribuirse el mayor mérito posible en el logro conseguido pues, aunque se debe hacer el bien, hay que saber entrar en el mal para conservar el poder.