Empatía

Hubiera sido muy deseable que esa sensibilidad fuera europea y se hubiese avanzado en la creación de un código penal y un sistema penitenciario europeos. Pero no parece que la construcción europea este muy interesada en cosas distintas a la construcción de una burocracia hipertrofiada de cominerías ridículas


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Recientemente, no sé si con oportunidad o sin ella, se ha debatido en el Congreso de los Diputados el incómodo tema de la supresión de la prisión permanente revisable («cadena perpetua» para los que no gustamos demasiado de los eufemismos), pena aplicable a determinados delitos especialmente repugnantes en la consideración de la sociedad que es, en definitiva, en una democracia, en cada momento y en cada caso, quien debe interpretar y sopesar que cosas sean punibles y que cosas no deban serlo, y en que grado, de acuerdo especialmente a la sensibilidad social, que a veces se embota y otras se agudiza.

Hubiera sido muy deseable que esa sensibilidad fuera europea y se hubiese avanzado en la creación de un código penal y un sistema penitenciario europeos. Pero no parece que la construcción europea este muy interesada en cosas distintas a la construcción de una burocracia hipertrofiada de cominerías ridículas.

Y así los Códigos penales van adaptándose en cada país a la evolución de la sociedad, de acuerdo al contexto y al desarrollo o subdesarrollo cultural de cada nación. Por eso, de acuerdo a estos cambios de sensibilidad, ya dejaron de ser delito tipos penales como la blasfemia, el aborto, el adulterio, etc... que hasta hace unos años lo fueron. Y en cambio son delictivas hoy día otras conductas que no lo fueron hasta hace poco: por ejemplo «el odio», aunque, como ésta, sean figuras ambiguas, de compleja y discutible tipificación. Ya perfilará, es de suponer, sus contornos, nuestra sesuda jurisprudencia.

En ese deplorable debate político al que me refiero, tocaron fondo nuestros representantes políticos de todo el espectro. Unos más que otros, es cierto, Pero nadie tuvo la mínima grandeza exigible en ese momento en la tribuna de oradores para que, ya que no orgullo, al menos no sintiésemos vergüenza de sus palabras o de sus silencios.

Estaban presentes algunos padres, victimas de sucesos terribles, que han decidido asumir su presencia mediática, sin resignarse a la aceptación íntima de su sufrimiento y encerrarse en el abatimiento privado, como muchos otros hicieron, o en el perdón evangélico y ejemplar, desde el punto de vista humano, de la madre de la última víctima de la perversidad humana, víctima ella misma de la tragedia del delito.

Ambas posturas son igualmente respetables y dignas de admiración por parte de una sociedad un tanto desorientada que no sabe que camino tomar: el perdón, el castigo, la prevención de futuros males a otros inocentes por parte de quienes ya fueron culpables...

El diccionario de la Real Academia define la «empatía» como la «capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos», algo muy propio, aunque no exclusivo, del ser humano.

En este debate recurrente es difícil, cuesta trabajo, dejar de identificarse con las víctimas e identificarse con la situación, problemas, antecedentes y necesidades del victimario. La víctima, excepto para sus familiares, que, sin recluirse en el ámbito de su privacidad, nos muestran su dolor permanente —y desgraciadamente «no revisable»— deja de pertenecer al mundo de los seres humanos y se convierte en una estadística, una cifra, mero objeto de debate científico por parte de asociaciones de catedráticos de derecho penal y otras figuras de los medios de comunicación y del espectáculo.

Quizá la solución la propuso, por una vez, la portavoz de Podemos en el Congreso, al pedir un referéndum que aclarase los sentimientos, la empatía, que la sociedad de nuestros días siente al respecto de determinadas personas y determinados sucesos, no para el crimen horrendo e inevitable, que siempre existirá, sino para la no repetición, a las mismas manos al menos, de quién, para su desgracia, pero mucho más para la nuestra, pueda reiterar un crimen especialmente espantoso que ya tuvo un precedente: esa repetición consumada es lo que convierte un crimen en inaceptable... que cada cual de los que transitamos por ese raro fenómeno que es nuestra corta vida pueda al menos elegir el objeto de su empatía.