Decadencia y ruina del PP

Las filas del Partido Popular, como antaño lo fueron las del PSOE, permanecen incólumes y silentes ante la evidencia de que una organización política puede convivir estupenda y simbióticamente con una estructura criminal organizada, sin que nadie en su seno se escandalice, se vaya, proteste o monte un cirio


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Hay una tradición talmúdica que dice que el mundo solo se sostiene por la presencia, a lo largo de las distintas épocas, de treinta y seis hombres justos, «justos en plenitud», y que, con su sola existencia, evitan que colapse bajo el peso de su propia iniquidad. Son seres anónimos, no especialmente brillantes, «modestos, humildes e ignorados por el resto de las personas», que no se conocen entre sí y que evitan que Yahvé decida de una vez por todas dar por concluido y fracasado este experimento que se llama Humanidad y la vuelta a los dinosaurios y otras criaturas arcangélicas anteriores al diluvio universal.

Esos treinta y seis hombres (dieciocho de los cuales deben ser mujeres para cumplir la normativa) sospecho que en este momento están afiliados al partido popular. No se explica de otro modo que este partido siga navegando como un pesado transatlántico en el mar de su propia corrupción como si tal cosa. Las declaraciones de sus antiguos prebostes en sede judicial, por muy “en términos de defensa” que se las considere, producen vergüenza ajena. Mienten como bellacos, ante los jueces y ante las cámaras, con una desfachatez que produce pasmo, y se desmienten a ellos mismos con una desenvoltura asombrosa.

Las filas del Partido Popular, como antaño lo fueron las del PSOE, permanecen incólumes y silentes ante la evidencia de que una organización política puede convivir estupenda y simbióticamente con una estructura criminal organizada, sin que nadie en su seno se escandalice, se vaya, proteste o monte un cirio. Sin que ningún Catón el Viejo ose levantar la voz en el senado (o en el Congreso, o en “La Sexta”) y diga que haya que derribar otra cosa que el naciente partido que le empieza a hacer sombra.

No temen la podredumbre de sus manzanas sino la lozanía de los que, recién llegados a la política, todavía no han tenido ocasión de demostrar suficientemente que la corrupción es inherente a la naturaleza humana, y que solo las instituciones (sobre todo las penitenciarias) pueden poner límite a los apetitos de los individuos.

Llegados a este punto la caída, lenta o estrepitosa, es inevitable, el PP, con sus curtidos y veteranos políticos ya presienten la llegada de los bárbaros. Sus movimientos se han hecho pesados y reptilianos, y esas tiendas acampadas en las cercanías de la calle Génova, dan mal rollo y no presagian nada bueno.

Dudo que los militantes, «justos en plenitud», sean capaces con su mera existencia de evitar lo que hasta ahora no han evitado. Pero solo ese Yahvé electoral tiene la respuesta...