De los diarios de Hitler a las láminas de Goya

Algunas imitaciones mejoran tanto el original, que éste ni tan siquiera existe, como en el caso que nos ocupa


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SAVONAROLA

Queridísimos hermanos, en la historia del fraude y el engaño, el nombre de Konrad Kujau es sinónimo de la época nazi, siendo conocido, habitualmente, como el falsificador alemán, ya que fue el encargado de llevar a cabo una de las estafas más sensacionales de la historia del siglo pasado.

Nacido el 27 de junio del año 1938 de Nuestro Señor, en la ciudad sajona de Loebau, en lo que posteriormente se convirtió en la Alemania del Este, Konrad era hijo de un humilde zapatero, ferviente partidario nazi. Pero lo cierto es que, debido a los problemas económicos de su familia, de pequeño vivió su infancia en diversos hogares para niños, lo que poco a poco lo condujo por las sendas de Satanás.

Con el correr de los años descubrió que Dios le había bendecido con algunos talentos, entre los que destacaba la plástica, por lo que decidió comenzar a pintar. Pero lo cierto es que nada de lo que hizo fue original. No tenía un estilo propio, pero se transformó en uno de los falsificadores de pinturas más famosos de la historia.

Otro de sus grandes talentos residía en la gran facilidad que poseía para imitar las firmas y la escritura manuscrita de cualquier persona, lo que le permitió comenzar a trabajar en el mundo de crimen elaborando documentos falsos.

Durante la década de los setenta tuvo la brillante idea de combinar sus dos talentos en una sola y gran estafa: la de los diarios de Adolf Hitler.

Cabe destacar, hermanos, que Hitler había sido un pintor aficionado y, según se estima, durante su vida llegó a producir más de tres mil dibujos y pinturas. Motivado por ello, Kujau comenzó copiando el estilo del führer en lo que respecta al arte plástico, para luego iniciar su fraude de manuscritos y documentos.

De esta forma, el joven Konrad logró comenzar a forjar una pequeña fortuna basada en el engaño. Nada de aquello le hacía temer, pues, en realidad él sabía que en las falsificaciones que realizaba influía también un importante factor psicológico, porque estaba seguro de que sus clientes no hablarían con nadie de los artículos nazis que le habrían comprado, debido a que se sentían culpables por sus compras y, en Alemania, la apología del régimen está penada por la ley.

Ése era el principal motivo por el que las colecciones de objetos nazis eran mantenidas en secreto, por lo que nadie las expondría a la evaluación de expertos. Luego de falsificar pinturas y notas, Kujau decidió que era el momento de realizar la que sería su obra maestra: la falsificación de los diarios de Hitler, trabajo que inició en 1978 con la ayuda de un funcionario del partido nazi.

Inmediatamente difundida la noticia de la existencia de fragmentos pertenecientes al supuesto diario de Hitler, la revista Stern, a través de Heidemann, se puso en contacto con Kujau para adquirir los manuscritos, que fueron comprados por la editorial por 2,5 millones de libras, y Rupert Murdoch, propietario de Times Newspapers, decidió empezar a publicar los el 24 de abril en The Sunday Times. Cuando el fraude se dio a conocer públicamente, los responsables de la revista Stern se disculparon con la sociedad, mientras que Heidemann y Kujau fueron a juicio y encarcelados posteriormente.

Rupert Murdoch tuvo la última palabra sobre el asunto. La tirada de The Sunday Times había aumentado en 60.000 ejemplares. «Después de todo, estamos en el negocio del entretenimiento», dijo. «La tirada aumentó y se mantuvo arriba. No perdimos dinero».

Tres años más tarde, Konrad fue liberado y decidió abrir una galería de falsificaciones en Stuttgart, aunque tiempo después volvió a sentirse atraído por el lado oscuro y volvió a ser arrestado por crear falsas licencias de conducir. Para esa época, el estafador era reconocido como una verdadera celebridad mediática, y todos querían escribir su biografía o llevar su vida al cine.

Lo cierto es que, probablemente, su historia esté escrita en su ficha policial, aunque también es cierto que no existen certezas al respecto, ya que se dice que Kujau tenía la capacidad de mentir permanentemente y confundir a los interrogadores policiales con historias colmadas de detalles, pero que luego resultaban falsas.

Su obituario asegura que el 12 de septiembre 2000 Kujau murió en Stuttgart, y si bien la noticia ha sido difundida oficialmente, lo cierto es que no sería extraño que aún continuara viviendo en algún lugar remoto, utilizando una identidad falsa, sobre todo si tenemos en cuenta que a lo largo de su vida como delincuente utilizó más de 8 alias, y se desenvolvió en al menos 10 ocupaciones diferentes.

No sé por qué me ha venido a la memoria, amados míos, la historia de este señor y de los diarios de Hitler.

Tal vez fuera, mis queridos hermanos en Cristo, una asociación subconsciente, que diría mi amigo Sigmund, que afloró cuando mis ancianos oídos escucharon a los zagales de RADIO ACTUALIDAD relatar el informe realizado por el secretario del Ayuntamiento de Carboneras a instancias de la justicia sobre un asunto que tiene que ver con la compra de unas láminas de arte.

La compra las hizo la responsable de Cultura por una «decisión personal suya inmotivada». O sea, que llegó el comercial de Planeta y le vendió la moto a la concejala. Bueno, la moto, no, que fue un estuche forrado de terciopelo con 80 facsímiles de los Desastres de la Guerra de don Francisco de Goya, uno de los más egregios artistas de este país.

Otro artista regía, por aquel entonces, el pueblecico. Yo no diré si éste tenía estilo propio o no, como ocurría a Kujau, pero el fedatario público de su municipio del Este, pariente suyo, además, ha arrojado una espesa sombra sobre la veracidad de unos documentos que ha presentado como pruebas ante la juez que le investiga.

Pero, como a veces ocurre, en este caso, algunas imitaciones mejoran tanto el original, que éste ni tan siquiera existe, como en el caso de los diarios de Hitler y éste que nos ocupa. Al menos eso certifica el funcionario, que buscando rastros de la compra de ‘Goyas’, únicamente encontró música de jazz. Happy, happy.

Hablando de certificar, mis caros discípulos, el diligente fedatario, cual máquina ultravioleta, reveló que los sellos estampados en los documentos aportados como pruebas, o no se leían o ya no se usaban. Pero, a diferencia de lo ocurrido con los diarios del führer, un caso en el que hasta las víctimas ganaron dinero, aquí lo perdieron todos. Todos los carboneros. Y, además del huevo, también palmaron el fuero. Vale.