Consejos maquiavélicos a políticos (II)

Las personas acatan y obedecen a otras que ejercen poder o mando porque reconocen en ellas ciertas cualidades, virtudes o poderes que provocan y disponen en el mandado sentimientos de acatamiento y obediencia. Para Maquiavelo no es tan necesario poseer las cualidades anteriores como aparentar poseerlas, porque al que manda le basta con «aparentar» y no necesita «ser»


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CLEMENTE FLORES

Ha llovido mucho desde que vivió Maquiavelo y la organización social ha cambiado profundamente desde entonces hasta ahora,tras la aparición del Estado Moderno y la Revolución Industrial. Sin embargo, el hombre político, con sus valores y sus defectos, con sus grandezas y sus miserias sigue siendo el mismo o al menos pareciéndose mucho alde antes. Oigamos a Maquiavelo.

Las personas acatan y obedecen a otras que ejercen poder o mando porque reconocen en ellas ciertas cualidades, virtudes o poderes que provocan y disponen en el mandado sentimientos de acatamiento y obediencia. Para Maquiavelo no es tan necesario poseer las cualidades anteriores como aparentar poseerlas, porque al que manda le basta con «aparentar» y no necesita «ser».

El que manda debe parecer severo, agradable, magnánimo y liberal y,teniendo buena imagen y manteniendo el poder, nadie le intentará engañar, si además no manifiesta tener vicios y puntos débiles en su proceder.

El que manda debe ser astuto para ganarse a los demás y aunque aparente bondad y buena fe, debe procurar ser más temido que amado, porque los hombres ofenden más fácilmente al bueno que no temen, que al malo que temen.En determinados momentos donde se cuestione su autoridad las circunstancias exigen que el que manda deje de ser bueno y se haga de temer, pues, una de las razones fundamentales del poder es la fuerza.

La fuerza a veces suple con ventaja a las malas leyes y hay que utilizarla cuando los hombres intentan burlar las leyes valiéndose de los vericuetos que le brindan las malas. En estos casos, la severidad del que manda debe ser paralela a su astucia para aplicar los castigos de forma conjunta y ejemplarizante, mientras que las prebendas y beneficios hay que dilatarlos en el tiempo.

El que manda no se puede permitir que sus enemigos se alíen y se unan, sino dispersarlos de forma que, aunque estén descontentos, no produzcan desordenes. Se librará de todos los enemigos y para que no cunda el ejemplo, convencerá a los gobernados haciendo responsable a otro de los males que sufran. Es conveniente buscar un chivo expiatorio proporcionándose con habilidad algún enemigo,pero procurando que no sea demasiado fuerte para poderse permitir reprimirlo en algún momento y de este modo aumentar su fama de justiciero.

El manifestarse clemente y bondadoso le acarreará más problemas que actuar como justiciero extremando la severidad porque siempre sacará rentabilidad de su severidad e incluso de su crueldad practicada hasta el límite posible, sin llegar a ser aborrecido.

El ansia de poder es un instinto y un anhelo, para el que manda, superior a cualquier otro, y cuando se percibe produce placeres cercanos al éxtasis. Conservar el poder justifica cualquier sacrificio o renuncia y cuando se busca y se desea el poder no hay que detenerse si uno va contra su propia fe, contra las virtudes de humanidad y aun contra su religión.

Aunque el acceso al poder puede hacerse por distintos caminos o medios, el ideal es conseguirlo con auxilio del pueblo ya que la soberanía por clamor popular lleva implícita la obediencia. En general la majestad que lleva implícita el cargo protege como un escudo al que lo detenta y si además logra crearse una aureola de estimación se hace inatacable. Para eso es bueno que quien mantiene el poder se manifieste amigo de los personajes más respetados socialmente y que honre públicamente a los subordinados que sobresalen en cualquier profesión o arte. Siempre es bueno rodearse de hombres de gran reputación y, como hacen los planetas con el sol, aprovecharse de su brillo como si fuese tuyo.

El que manda debe saber defenderse por medio de las leyes, pero no debe renunciar a emplear otros medios como la fuerza, la compra de voluntades o las dádivas. Si es necesario debe saber no guardar sus promesas de fidelidad cuando se vuelven contra él y debe ser capaz de fingir con arte para engañar a las gentes que forzados por sus necesidades se dejan engañar con facilidad.

El que manda no debe dudar de que cuenta con el apoyo y la protección de la ley, que siempre está hecha por alguien con intereses afines a él, y que otras jerarquías superiores del Estado, por su propio interés, van a estar «a priori» dispuestos a arropar la legitimidad de su poder frente a sus subordinados.