Cambios de costumbres

Tal sucede con los preceptos morales de la sociedad española, que, a falta de criterios propios, importa con entusiasmo los de Estados Unidos, que es un país tan grande que en él cabe todo, tanto el puritanismo cerril como el libertinaje más radical


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Las tendencias, las modas y las sensibilidades van y vienen. Y lo que ayer era santo y bueno hoy es censurable y punible. Hace un tiempo leí una entrevista a una anciana que, sin moverse de su pueblo, había pertenecido a varias nacionalidades en el confuso siglo pasado: había sido italiana, austro-húngara, yugoslava... y la buena mujer ya no sabía si finalmente era croata o eslovena. Todo ello sin moverse de su casa.

Tal sucede con los preceptos morales de la sociedad española, que, a falta de criterios propios, importa con entusiasmo los de Estados Unidos, que es un país tan grande que en él cabe todo, tanto el puritanismo cerril como el libertinaje más radical.

En la España franquista tocaba puritanismo. Las doncellas defendían su virtud en los bailes de los pueblos metiendo el codo a guisa de defensa ante los mozos rijosos. Las suecas eran las musas de Alfredo Landa y López Vázquez, arquetipos del español medio. Luego vino el destape, y Esteso y Pajares tomaron la antorcha del prototipo generacional del español, y aunque corrían ya tras señoritas en salto de cama, solían seguir frustrados en sus devaneos dionisíacos.

Finalmente con eso que se llama la democracia consolidada, se alcanzó plenamente en España «el verano del amor» que había tenido lugar en California en los años sesenta, época en que mientras tanto los sátiros hispanos hacían esfuerzos ímprobos y usualmente infructuosos, para alcanzar sus objetivos.

Tras estos vaivenes, ya parecía alcanzada, y consolidada, como nuestra democracia, la paridad igualitaria en este campo, y se presumía de una libertad en la elección para ambos géneros propia de los salones del siglo XVIII francés o del también francés mayo del sesenta y ocho, ejemplos que nunca habían encontrado parangón ni precedente en nuestro país.

Pero como todo es mudable y contingente llegan otros vientos de los USA y de los «países de nuestro entorno». Hace unos meses dimitió el ministro de Defensa británico, porque su conciencia le impedía dormir tranquilo debido a que durante una cena del partido conservador, y seguramente llevado por el abuso de bebidas espirituosas, puso en repetidas ocasiones su mano sobre la rodilla de la periodista Julia Hartley-Brewer. Lo llamativo del caso es que la cena tuvo lugar en el año 2002 y la dimisión en noviembre del año 2017. Ha debido sufrir mucho este pobre hombre.

Un grupo de actrices de Hollywood también ha denunciado los abusos de los productores cinematográficos, cosa que nunca había sucedido —las denuncias no los abusos— y conseguido la muerte civil de algún productor. Incluso de un célebre actor, al que han sacado a rastras del armario, y borrado su participación en su última película que ha vuelto a ser rodada por un nuevo actor, se supone que impoluto y virginal.

Aquí no vamos a ser menos y las nuevas tendencias nos llevan de cabeza a la Inglaterra victoriana o al catecismo del padre Ripalda.

Seguramente serán más divertidos los nuevos tiempos, como sucede siempre con lo prohibido, con esta vuelta no meditada a la moralidad y a las buenas costumbres.