Sobre el oír y el escuchar

Resulta presuntuoso suponer que los oyentes de un programa de la radio o de la tele se dispongan a escucharlo con religiosa unción o por lo menos con ceremonioso silencio. La prueba es que la tele, y sobre todo la radio, la oímos mientras realizamos otras tareas. Así pues, somo oyentes más que escuchantes


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AMANDO DE MIGUEL

Toda la vida de Dios ha sido fácil entender que se necesitaban dos verbos diferentes para sendas acciones complementarias. «Escuchar» significa la disposición para oír algo que se considera relevante. «Oír» es la acción final por la que la mente, a través del oído, se hace con los correspondientes sonidos. Pero resulta que en la práctica ambos verbos se han reducido penosamente a uno: escuchar.

Es evidente que, ante las dificultades de cobertura telefónica, uno de los que conversan diga: «¿me escuchas?». El otro podría contestarle: «Te escucho con la mayor atención, pero te oigo muy mal». Un comentario así podría interpretarse como una broma, pues, como digo, sólo empieza a estar vigente el verbo «escuchar». Me parece una reducción estúpida.

En los fines de semana oigo el programa de Radio Nacional 'No es un día cualquiera' mientras preparo el desayuno. Su directora tiene la manía de que ya no existen «oyentes» del programa, sino «escuchantes». La confusión la hacen suya los colaboradores del programa y los que a él se dirigen como oyentes. Es algo que me resulta molesto. Desgraciadamente, la manía se ha impuesto en otros muchos ambientes.

Disponemos de otras parejas de verbos que recogen esa misma dualidad de disponerse a una acción y la acción misma. Por ejemplo, no es lo mismo «mirar» que «ver». Los visitantes de un museo se disponen a mirar los objetos artísticos que se exhiben, pero a saber lo que cada uno de ellos realmente ve. Se puede hacer algún juego de palabras como «mira, que te veo» o «ya veo que no me miras».

Se podría pensar que un catador de vinos se siente obligado a beber todas las copas que le ponen por delante para que compare sus sabores. Pero el buen catador apenas da un ligero sorbo a cada copa, al tiempo que aplica el olfato y otros sentidos. Lo que no hace es trasegar el vino. Es decir, no es lo mismo «olfatear» que «oler».

Vuelvo a lo de «escuchar» y «ver» porque me parece más grave. Pueden ser dos verbos sinónimos, aunque con matices cada uno, pero lo que no se debe admitir es que uno de ellos desplace bonitamente al otro. A lo largo del día oímos muchos ruidos y voces a los que no prestamos mucha atención. Nuestra mente es selectiva y se dispone a escuchar unos pocos sonidos que intuimos más interesantes. Resulta presuntuoso suponer que los oyentes de un programa de la radio o de la tele se dispongan a escucharlo con religiosa unción o por lo menos con ceremonioso silencio. La prueba es que la tele, y sobre todo la radio, la oímos mientras realizamos otras tareas. Así pues, somo oyentes más que escuchantes.

Con el paso de los años es normal que se pierda un poco de oído, pero lo verdaderamente preocupante es el reproche que le dirija constantemente a uno su cónyuge: «Es que no me escuchas». Quiere decir que se puede oír, pero como quien oye llover. Bien es verdad que hay veces en las que el sonido del agua de lluvia, por ejemplo, al golpear sobre una claraboya o una ventana despierta una impresión placentera. En ese caso uno escucha la lluvia.