La Junta sigue sin proteger un yacimiento de Vera 30 años después de iniciar el expediente

El Rozaipón atesora una villa romana en la que existió una zona industrial dedicada a la conserva de pescado en salazón y una zona residencial


Es fácil encontrar a flor de suelo restos cerámicos sacados a la superficie por las máquinas durante el movimiento de tierras.

ALMERÍA HOY / 23·01·2018

Resolvió incoar el procedimiento que debe otorgar a El Rozaipón la categoría de Bien de Interés Cultural (BIC) en julio de 1986 y así lo publicó en su Boletín Oficial (BOJA) un mes más tarde. Sin embargo, tres décadas después, aún no lo ha resuelto. Mientras tanto, una empresa agrícola ha explanado la zona y se ha perdido para siempre el único vestigio visible: una infraestructura de carácter hidráulico que podría corresponder a las termas o redes de abastecimiento y saneamiento de una villa romana fundada entre los siglos I a III de nuestra era.

Corto se hubiera quedado Mariano José de Larra de haber vivido en la Andalucía contemporánea, pues al ‘vuelva usted mañana’ que recibía una y otra vez el monsieur Sans Délai de su relato por parte de la decimonónica y perezosa administración española de su siglo, tendría que añadirle ahora algunas décadas más.

De momento ya se han cumplido tres desde que el 21 de agosto de 1986 el BOJA publicara una resolución de la Dirección General de Bellas Artes de nuestra Comunidad Autónoma que acordaba incoar «expediente de declaración de zona arqueológica como Bien de Interés Cultural (BIC) a favor de El Rozaipón en el término municipal de Vera».

La resolución publicada había sido adoptada un mes antes, el 17 de julio, sin embargo, a día de hoy, casi treinta y un años después, el asunto continúa abierto, sin concluir y, por tanto, el yacimiento sin la protección administrativa prevista y recomendada a la administración andaluza por el Ayuntamiento veratense en sus Normas Subsidiarias (NNSS). La evidente falta de diligencia que en este caso ha mostrado la Junta bate su propia plusmarca de desidia burocrática en el Levante almeriense en lo que concierne a su patrimonio histórico y cultural.

Ya resultó chocante que el 7 de octubre de 2011 publicara el BOJA una resolución de 20 de septiembre por la que el Gobierno andaluz inscribió en su catálogo general de patrimonio histórico la zona arqueológica del Cabezo María, en Antas. Sólo faltaba un día para cumplir 19 años de la publicación, el 21 de septiembre de 1992, de una resolución de la Dirección General de Bienes Culturales del Ministerio de Cultura que le instaba a hacerlo.

Como ocurre con toda acción u omisión, la negligencia en la tramitación del expediente que afecta al yacimiento de El Rozaipón puede tener consecuencias irreparables. De hecho, ya las hay.

Un ciudadano de Vera observó el pasado viernes 17 de marzo cómo unas máquinas realizaban tareas de explanación en la finca que aún espera la protección administrativa del Gobierno de Susana Díaz, echando en falta lo único visible del yacimiento arqueológico que esconde enterrado. Las excavadoras arrasaron parte de una infraestructura hidráulica que podría corresponder a las termas o a la red de abastecimiento y saneamiento de que disponía la villa romana allí radicada desde la época del Alto Imperio Romano (entre los siglos I a.C. a III d.C.). El vecino contactó con un técnico del Ayuntamiento que, inmediatamente, lo puso en conocimiento del alcalde, el andalucista Félix López, quien hizo lo propio con la delegación de Cultura. Al día siguiente, el regidor envió a la Policía local, que paró los trabajos y acordonó la zona.

La mayor parte de la villa se encuentra enterrada, pero lo único que podía verse se ha perdido. El Rozaipón atesora en sus entrañas una villa romana de gran importancia en la que existió una zona industrial, dedicada a la elaboración de conservas de pescado en salazón, y una zona residencial.

La factoría constaba de varias balsas, y en las campañas de excavación que tuvieron lugar durante los veranos comprendidos entre mediados de los setenta y 1981, se comprobó la existencia de muros y una construcción posiblemente destinada a secadero de peces. Estas instalaciones estarían situadas al noroeste del yacimiento, que abarca una hectárea, 62 áreas y 55 centiáreas.

La otra zona, al sur de las balsas, es la formada por varios restos de muros de habitación. Las investigaciones, que se extendieron al 30% del conjunto arqueológico, identificaron siete de estas estancias, orientadas todas hacia el mar, en torno a un atrio en cuyo centro existía una fuente que recibía el agua. Ese patio central aparecía rodeado por un muro de, aproximadamente, un metro de altura en el que se podía apreciar las bases de las columnas que sustentaban la cubierta. Junto a la estructura primitiva, se encontraban otras habitaciones posteriores en el tiempo, que podían datarse en la época del Bajo Imperio y el fin del mismo, es decir, entre los siglos III al V.
En esta época, los potentados huyeron a refugiarse en sus villas y factorías del campo, alejadas de las grandes ciudades, donde reproducían el esplendor y la suntuosidad que acostumbraban en las urbes.

Para dar fe de ello, en las excavaciones que hemos citado, bajo la dirección de Ángel Pérez Casas, director del Museo Arqueológico Provincial e inspector provincial de Excavaciones Arqueológicas en aquellos días, además de abundantes restos de cerámica cuidada y común, materiales de construcción diversos, lucernas, metales, monedas y demás objetos, que se hallan custodiados en el Museo de Almería, se encontraron mosaicos y paredes estucadas con frescos de distintos motivos y colores. Entre ellos, sobresale el que representa un paisaje con profusión de plantas acuáticas y distintas aves en vuelo.

Otra singularidad del yacimiento es la existencia, a tanta distancia de la línea de costa, de una factoría dedicada a la salazón y conserva de pescado, sólo explicable por su proximidad al Salar de los Canos.