Infeliz año viejo

En unos días, los medios nos abruman con datos económicos, de paro, de crecimiento, de exportaciones, de turismo, de accidentes de tráfico y otras muchas cosas, que cada político utilizará a su conveniencia, para vendernos su buen trabajo y el mal trabajo que han hecho sus opositores


Mario Sanz Cruz.

MARIO SANZ CRUZ

Empieza un nuevo año y miramos atrás, haciendo un resumen de lo que ha sido 2017. En unos días, los medios nos abruman con datos económicos, de paro, de crecimiento, de exportaciones, de turismo, de accidentes de tráfico y otras muchas cosas, que cada político utilizará a su conveniencia, para vendernos su buen trabajo y el mal trabajo que han hecho sus opositores.

Pero hay un dato que no se puede maquillar, por más que lo intenten, el de las mujeres muertas por violencia de género. Al menos 48 mujeres han perdido la vida a manos de sus parejas o exparejas en 2017, a la espera de las investigaciones sobre varios sucesos más, que pueden aumentar la cifra. Esta cifra va seguida de una enorme lista de mujeres agredidas que no han llegado a engrosar la lista de fallecidas por pura casualidad. La violencia de género es una lacra que no cesa y a la que no se pone coto. Se habla mucho y se hace poco, todo el mundo se escandaliza y nadie pone los medios para que esto se acabe o, al menos, se reduzca al mínimo.

¿Qué está pasando en esta sociedad? En vez de avanzar vamos para atrás. El machismo tradicional, aún grabado a fuego en la cabeza de la gente mayor, se está sustituyendo por el nuevo machismo de la juventud, más cercano al abuso de fuerza, a la imposición de los deseos de hijo mal criado al que no se ha negado nada, a la mala educación, a la falta de valores, a las películas y videojuegos violentos; y también al aumento de la pobreza, de la exclusión social.

Nadie dice que las relaciones de pareja sean fáciles, que las mujeres sean buenas por naturaleza y los hombres malos; pero hay muchas formas de solucionar los problemas familiares, por muy gordos que sean, sin recurrir a la violencia. Nada justifica los asesinatos, los golpes ni el maltrato psicológico.

Todo el mundo se aterra al oír que ha habido un atentado terrorista y pone el grito en el cielo, pidiendo medidas de todo tipo, que al final se consiguen, la mayoría de las veces porque hay alguna gran empresa que va a ganar millones vendiendo armas, arcos de seguridad, bolardos, macetones y todo tipo de chismes. En 2017, un año trágico en España ha habido 16 fallecidos y 126 heridos por terrorismo.

En este mismo año trágico, como todos, para la violencia de género, aparte de las más de 48 mujeres fallecidas, se presentaron unas 150.000 denuncias por malos tratos; y detrás de cada denuncia hay una mujer herida o traumatizada. Algunos machistas recalcitrantes alegan que entre esas denuncias hay muchas que son falsas. Según la fiscalía del Estado, nada sospechosa de feminismo radical, un 0,01 por ciento de las denuncias presentadas son falsas, así que ya pueden dejar de utilizar ese argumento falso que les sirve para justificar su mentalidad anclada en el paleolítico.

Nuestra sensibilidad frente al mediático terrorismo aumenta exponencialmente, mientras convivimos con maltratadores entre nuestros vecinos, conocidos o familiares, y nos parece «normal», limitándonos a esperar, pacientemente, a que la situación acabe en tragedia.

Son muchas las mujeres en peligro y muchos los asnos, con perdón del animal, que maltratan a sus parejas; pero somos muchos más los hombres y mujeres sensibles a este enorme problema. Hagamos que se oigan nuestras voces, que los políticos no nos toreen con sus recortes presupuestarios, que nunca existen para otras cosas, ni con sus palabras ambiguas que esconden su falta de voluntad para atajar esta lacra.

Yo me avergüenzo de pertenecer al mismo género que esos energúmenos, cada vez que llega a mis oídos un nuevo caso de violencia contra una mujer; tanto que, a veces, he pensado declararme hombre en excedencia hasta que esto acabe; pero, pensándolo bien, es mucho mejor declararse hombre activo contra la violencia.