España no es una nación de naciones

Algunos historiadores afirman que los reinos cristianos de la España medieval no acababan de ser reinos en plenitud y sus reyes, que tenían más poder que los ultrapirenáicos, no lo eran con la supremacía, teórica al menos, de los otros reyes europeos, sino que su realeza era un poco participativa del conjunto. Lo cierto es que si eran independientes entre sí, se consideraban pertenecientes al tronco común, con la misma herencia: la visigoda, y con el mismo ideal: expulsar a los musulmanes de lo que para ellos era su tierra: Hispania, o sea, lo que ahora entendemos por nuestra nación


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ADOLFO PÉREZ

El secretario general del PSOE, don Pedro Sánchez, ha definido a España como una nación de naciones o estado plurinacional, definición que ha propagado en actos políticos y entrevistas sin razonar la certeza de su afirmación. Al parecer se refiere a Cataluña, Galicia y País Vasco. Tal ocurrencia ha producido perplejidad y rechazo en ambientes académicos y amplios sectores de la clase política, excepto entre nacionalistas recalcitrantes e izquierda populista. Buena parte del partido socialista disiente del secretario general, incluida la presidenta socialista de la Junta de Andalucía, doña Susana Díaz. Al parecer la ocurrencia del señor Sánchez, por el momento, ha sido aparcada.

Después de lo que he aprendido a lo largo del tiempo, y como aficionado al estudio de la historia de España, no puedo estar de acuerdo con que España sea una nación de naciones, razón por la que escribo este artículo con el deseo de que sea útil a los lectores interesados.

De acuerdo con nuestra Constitución y la bibliografía existente se desprende que España es una sola y única nación, sin que se aluda a ninguna otra dentro del territorio hispano. El título preliminar de la vigente Constitución española comienza diciendo: «La Nación española...». Igual sucede con el artículo 2, que dice: «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas».

El concepto nacionalidad usado en el artículo 2 es la concesión hecha a territorios con rasgos singulares respecto a otros, como Cataluña, Galicia y País Vasco, en este caso la lengua propia. En realidad el concepto nacionalidad viene a ser algo así como un proyecto nacional que poco a nada dice. Son rasgos que no convierten en naciones a los territorios que los poseen. Algo parecido sucede en otros países, entre ellos algunos de la Unión Europea.

Y nada digamos de la famosa y liberal Constitución de 1812, la Pepa, llamada así porque se aprobó en Cádiz el 19 de marzo, día de san José. En ella se repite varias veces el concepto Nación española comenzando por su título I: «De la Nación española y de los españoles». Luego, el artículo 10 detalla los nombres de las regiones e islas que integra el territorio español, entre ellos Cataluña, Galicia y Provincias Vascongadas (así las denomina), sin que las diferencie de las demás. Es de sentido común entender que si los constituyentes de 1812 consideraron una sola nación después de citar cada una de las regiones y 166 años después los constituyentes de 1978 afirman lo mismo respecto a la Nación española, habrá que convenir que España es una nación sin otras en su seno. Creo que es un argumento convincente.

No obstante, conviene acudir a la historia para ver cómo han evolucionado los territorios de España a través de los siglos, evolución que nada nos dice de que alguno de ellos alcanzara el rango de nación, pues los reinos cristianos de la Edad Media son ajenos a tal concepto, como enseña la historia. De su estudio se confirma que de los núcleos norteños surgieron los reinos cristianos peninsulares, formados arbitrariamente pues no respondían a fronteras naturales. Tales reinos afianzaron su identidad sin que tuvieran una existencia política diferenciada, más bien eran partes relativamente distinguidas y temporales del solar hispano, aunque nunca perdieron esa conciencia de unidad dentro de la diversidad.

Algunos historiadores afirman que los reinos cristianos de la España medieval no acababan de ser reinos en plenitud y sus reyes, que tenían más poder que los ultrapirenáicos, no lo eran con la supremacía, teórica al menos, de los otros reyes europeos, sino que su realeza era un poco participativa del conjunto. Lo cierto es que si eran independientes entre sí, se consideraban pertenecientes al tronco común, con la misma herencia: la visigoda, y con el mismo ideal: expulsar a los musulmanes de lo que para ellos era su tierra: Hispania, o sea, lo que ahora entendemos por nuestra nación.

Veamos ahora en un somero análisis cómo fue la evolución política de estos reinos. El primer reino cristiano de la Edad Media fue el de Asturias, que a su vez fue el primer núcleo de resistencia frente a los musulmanes. Este reino, a partir del año 913, al aumentar su extensión por Galicia y León pasó a ser el reino de León, que a su vez, y por razón de herencia, en 1037 se unió al reino de Castilla, cuya unión definitiva se produjo en 1230. Se trataba del más importante reino de la Edad Media y Moderna. Los territorios del País Vasco casi siempre estuvieron unidos a la corona de Castilla, a la que también se unieron las tierras de Andalucía y Murcia. En cuanto a Navarra, tierra de los vascones, primero fue reino de Pamplona y después de Navarra, anexionado a la corona de Castilla en el año 1512. Del reino de Aragón cabe decir que de principio se trataba de un pequeño condado que se desgajó de Navarra. En el siglo XII se unieron el reino de Aragón y el principado de Cataluña formando ambos la Corona de Aragón, una unión dinástica en la que cada parte mantenía sus tierras, instituciones, leyes y costumbres. Con tantos vaivenes dinásticos y territoriales no es posible mantener que aquellos reinos, uno a uno, fueran naciones.

La monarquía de los Reyes Católicos, limitada en principio a los reinos de Castilla y Aragón, era de una sola voz y una sola voluntad. Ambos reinos se basaban en la unión personal y dinástica, ya que en el orden interno cada uno mantenía su propia estructura, con suma de esfuerzos en la política exterior. Dos reinos y una nación, eso eran castellanos y aragoneses Y así hasta el reinado de Felipe V, el primero en utilizar la denominación: Reino de España, o sea, la nación española.

Respecto a la consideración de que Cataluña sea una nación es muy interesante lo que dice en su libro, 'Cataluña', el profesor de Historia, Jordi Canal, nacido en 1964, en Olot (Gerona). En la página 151 afirma que el más destacado efecto de las crisis de finales del siglo XIX es el surgimiento de los nacionalismos, siendo el catalán el que más rápidamente se consolidó, el cual, añade, inició un proceso de construcción nacional propio, que se hizo contra la nación española. También este profesor escribe en la página 153: «Antes del siglo XX no existía ninguna nación llamada Cataluña». Y afirma que fueron los nacionalistas los que a partir de finales de la década de 1890 se lanzaron al proyecto de construir una nación y de nacionalizar a los catalanes, y para ello, con los materiales disponibles, se afanaron en darle forma a una «inexistente nación catalana».

El profesor dice que una clara muestra de este proceso consistió en definir los símbolos, recrear sus historias y dotarlos de contenido nacional, en especial la bandera, el himno y el día de la patria. Y al respecto señala dos de los símbolos más emblemáticos: la ‘sardana’ y ‘Els segadors’. De la sardana, considerada ‘danza nacional’ desde 1906, el profesor nos cuenta (página 154) que es un claro ejemplo de tradición inventada, pues mientras los nacionalistas dicen de ella que se trata de una danza de míticos orígenes, la realidad es que a finales del siglo XIX era desconocida por la mayoría y considerada algo exótica, excepto en la provincia de Gerona, donde tenía sus raíces.

Asimismo, describe en su libro la verdad sobre 'Els segadors' (página 155), himno presentado como una antigua canción popular, cuando la realidad es que se trata de una reelaboración con añadidos parciales de la última década del siglo XIX. Se cambió la música original por la de una antigua canción erótica y el estribillo original: «Segueu arran, que la palla va cara» (Segad al ras, que la paja está cara), considerado poco patriótico, se cambió por el famoso estribillo: «Bon cop de falç, defensors de la terra» (Buen golpe de hoz, defensores de la tierra). A la vez nos advierte de otras reinvenciones útiles para la construcción nacional. Todo esto lo escribe en su libro un profesor catalán, nacido nada menos que en Gerona, en cuya universidad enseñó historia hasta el año 2001.

En cuanto a Galicia y País Vasco, también con nacionalismos del siglo XIX, ambas regiones con lengua propia, su realidad actual e histórica no acredita su consideración como naciones. Una realidad es ver a los gallegos votando masivamente al nada nacionalista Partido Popular. Sobre el País Vasco cabe recordar que casi siempre estuvo en la órbita de Castilla, basta oír el perfecto castellano que hablan los vascos, siendo minoritario entre ellos el uso del euskera. Respecto a que Andalucía sea considerada una nación poco o nada se puede decir. Son escasas las personas que defienden esa teoría. No obstante, señalar que el estatuto define a Andalucía como una nacionalidad histórica, o sea, una poética definición de nuestra hermosa región.

Como puede apreciarse, el recorrido histórico y las singularidades regionales nos conducen a la realidad de las dos constituciones, la actual y la de 1812, o sea, a la única nación.