El nacionalismo criminal, valga la redundancia

Pero, a las oscuras luces de la razón, ¿qué mérito, individual o colectivo, hay en haber nacido en Bilbao o en Cabra del Santo Cristo?


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Sentirse orgulloso de haber nacido en cualquier sitio viene a ser como sentirse orgulloso de haber sido agraciado en el improbable azar de la lotería. Incluso podría haber un motivo que singularizase esto último y otorgase con más justicia la medalla del pavoneo: ser comprador compulsivo y semanal, haber escogido este número y no el otro, estar tocado por los dioses y no como mi cuñada, a la que nunca le toca…... En fin, cosas que nos hacen distintos del vulgo maligno. Y superiores, claro.

Pero, a las oscuras luces de la razón, ¿qué mérito, individual o colectivo, hay en haber nacido en Bilbao o en Cabra del Santo Cristo?

El nacionalismo es una aberración criminal por el sustantivo, no por el adjetivo. El nacionalismo español es perverso no por español, sino por nacionalismo, al igual que el catalán o el vasco no cambia su naturaleza igualmente abominable por adoptarse como religión en Cataluña o el País Vasco, y ser apoyada su causa por el progresismo hispano, como forma de hacerse perdonar el supuesto sufrimiento infligido a estas minorías por el nacionalismo español.

Subyace en ello, creo yo, una especie de compensación o mala conciencia histórica respecto al adjetivo, olvidando lo fundamental: el sustantivo. No se expresa así, con esta brutalidad, pero en el fondo es lo que puede explicar este ataque incomprensible a la igualdad de los ciudadanos y la defensa injustificada del privilegio medieval.

Dado que el nacionalismo español pasa por ser una virulenta manifestación colateral del fascismo, cosa que probablemente es cierta, no por ello muda su naturaleza si la limita a un territorio menor, ni lo hace más entrañable y bienquisto en otro territorio. La diferencia no es de clase sino de grado: un nacionalismo quejumbroso y reivindicativo no mejora con ello sus cualidades morales desde el punto de vista político. Simplemente es menos peligroso para los que no simpatizamos con ese sueño folklórico de un pueblo, un Reich y un führer. El cachorro de oso es más entrañable y más mono que el oso adulto. Que se lo digan al osito Junqueras, que despierta solidaridades inmerecidas en su prisión... «Diéronle cárcel y muerte las Españas».

El nacionalismo es una invención del romanticismo alemán que necesitaba una idea cargada de emotividad y desprovista de racionalidad para forjar un estado. Eso se consiguió, pero las consecuencias terribles a lo largo de todo el siglo XX no han acabado con el monstruo que dormía dentro del sueño.

Desde postulados supuestamente progresistas (PP,PSOE, Podemos, el papa Francisco) se sostiene la defensa de determinado tipo de nacionalismo, aceptando la tesis, por lo demás falsa, de que como estos nacionalistas han sufrido mucho por causa del nacionalismo español/franquista, tienen derech0o a la revancha histórica de defender su nada inocente supremacía. «Discriminación positiva» lo llaman en ciertos círculos.

Sería algo parecido a defender el progresista derecho de reducir a la esclavitud a la raza blanca, como compensación del sufrimiento infligido durante luengos siglos por el mundo occidental a otras razas. Los mismos defensores de la modernidad y el progreso, eluden la explicación —salvo apelando a criterios historicistas— de las diferencias entre ciudadanos de un mismo país: fueros, privilegios, canonjías, beneficios, prebendas, normas fiscales, derechos forales, cupos, deudas históricas, etc, etc. Todo es admisible según quien los reciba.

«Ni siquiera el franquismo acabó con ello» dicen, a título de dudosa y contradictoria explicación; pues precisamente por eso ya es hora de que, por ejemplo, el sistema fiscal no conceda más privilegios a unos territorios —y a unos ciudadanos— que a otros. Para eso hemos hecho una revolución francesa ¿o hay que hacer otra?

El monstruo nacionalista exigirá siempre el tributo de la pleitesía. Que es siempre más tributo que pleitesía. Nunca se apaciguará, mientras viva el enemigo externo que lo alimente. Acabar con él es tan fácil, o tan imposible, como modificar la Ley Electoral.