Las ambiciones de los jóvenes españoles

Los jóvenes de los últimos lustros del franquismo compartían el sueño de ciertas personas eminentes para traer a España una democracia. No era utópico; lo consiguieron de forma pacífica y tolerante. Nadie se lo agradece ahora


Amando de Miguel.

AMANDO DE MIGUEL

Una sociedad cualquiera tiende a ser lo que revelan las aspiraciones de los jóvenes. Los cuales han cambiado notablemente en España cuando consideramos una perspectiva dilatada en el tiempo, por ejemplo, las dos últimas generaciones (una generación equivale a unos 30 años). No se debe forzar la equivalencia entre la juventud o los jóvenes con la minúscula representación de los hippies de la generación anterior o los antisistema de la actual.

El punto de partida puede ser la segunda mitad del siglo XX, un tiempo con un ritmo de cambio nunca visto en la historia española. España pasa de ser una sociedad agraria a otra que se industrializa a una velocidad inusitada. En esas condiciones resulta difícil establecer el catálogo de los «ideales de la juventud», como antes se decía. Una buena parte de la juventud femenina aspiraba tan sólo a ser buenas amas de casa. Los varones se movían por las aspiraciones de llegar a ser altos funcionarios o profesionales liberales. El trabajo bien hecho y el éxito profesional constituían las claves para llegar a introducirse en el estrato de los adultos. El sueño afectivo de los jóvenes era casarse con una persona rica, con coche y casa propia. Todo esto suena ya a algo antiguo y vagamente literario.

Los jóvenes de los últimos lustros del franquismo compartían el sueño de ciertas personas eminentes para traer a España una democracia. No era utópico; lo consiguieron de forma pacífica y tolerante. Nadie se lo agradece ahora.

Por razones demográficas, los jóvenes del siglo XXI representan una fracción muy reducida de la población, pero son muy visibles. Los objetivos profesionales son casi iguales para los dos sexos. Pero las verdaderas ambiciones son otras. Ahora son modelos los cocineros, los famosos de la canción o del deporte, carreras nuevas (diseño, informática, especialidades empresariales, etc.). El elemento común de esas pequeñas ambiciones es que no se requiere leer mucho y no hay que esforzarse demasiado. A estos jóvenes de ahora no les mueve mucho el matrimonio con un fin de procreación. Antes bien, les va lo de emparejarse sucesivas veces, con ansias de viajar y de gozar de la vida al máximo. Es notoria la resistencia a emanciparse del hogar de los padres, donde gozan de la máxima libertad y las mínimas obligaciones.

Los jóvenes actuales más ruidosos apoyan la pertenencia a grupos políticos radicales, que suelen entenderse como populistas. Aunque la mayor parte se inscriban en la categoría de extrema izquierda con reminiscencias del anarquismo, su mentalidad se orienta hacia el totalitarismo, cuyo modelo perfecto fue el nazismo alemán. La paradoja es que suelen tachar a los que no son como ellos de «fascistas». Ya se sabe que el ladrón cree que todos son de su condición.

No obstante, la gran masa de los jóvenes españoles de hoy se desentiende de la política. Les interesa más gozar de la vida, el deporte, el espectáculo, los estimulantes del cuerpo. Esa despolitización general de los estratos juveniles facilita el acceso al poder de ideologías retrógradas, vendidas como progresistas. Por ejemplo, la independencia de Cataluña o de otras regiones, la lucha contra el calentamiento global o contra la energía nuclear.

Los partidos políticos en España (incluida Cataluña) nunca como hoy han favorecido tanto a los jóvenes con todo tipo de subvenciones, ayudas y tratos privilegiados. Sin embargo, el despego de esos mismos jóvenes respecto a la vida pública los hace especialmente agrios. Vienen a ser una especie de privilegiados insatisfechos. Unos pocos logran situarse en la política. Así pueden realizar su sueño de ser antisistema a bordo de un coche oficial. Para protestar contra «el sistema» pueden valer los tatuajes, el hábito de estimulantes o el consumo de decibelios, la tolerancia con los okupas o los escraches.

Comprendo que hay también minorías juveniles admirables, por ejemplo, las que integran la hueste silenciosa de los voluntarios de toda índole. Pero eso merece otro capítulo.