Independiza, que algo queda

Cada vez que oigo hablar de que los catalanes pagan mucho y reciben poco, me acuerdo de lo bien comunicada que está Almería, un privilegio que no nos merecemos por lo que contribuimos a la riqueza del Estado


Mario Sanz Cruz, farero en Almería.

MARIO SANZ CRUZ

Es increíble lo duro que es el cuerpo y lo resistente que es la mente humana. Estoy muy sorprendido, porque, a pesar de la enorme temporada de despropósitos que estamos viviendo alrededor del tema catalán y de la ciclogénesis explosiva informativa que nos brindan los medios, aún no le he cogido manía a los catalanes, no me he hecho votante del PP, ni españolista de bandera.

Mis amigos de Barcelona lo siguen siendo, igual que los de Sevilla, Bilbao, Albacete, León o La Coruña, y les tengo el mismo aprecio. Mis ideas sociales siguen siendo las mismas, y aún sigo vislumbrando, entre la niebla, cuál es el problema de base, aunque para ello tenga que hacer un gran esfuerzo diario de limpieza de cizaña y farfolla informativa.

Los políticos catalanistas presentan a los catalanes como los más perjudicados por el Gobierno español, lo que es un gran fallo de empatía con los demás humanos del territorio, que sufrimos tanto o más que ellos las malas decisiones de los gobernantes, que nos han caído en suerte, y más desde que han encontrado un enemigo tan conveniente como ellos, que les sirve de disculpa para esconder todas sus incapacidades, sus desmanes y desviar la atención de todos los problemas que no solucionan a la ciudadanía del país.

Cada vez que oigo hablar de que los catalanes pagan mucho y reciben poco, me acuerdo de lo bien comunicada que está Almería, un privilegio que no nos merecemos por lo que contribuimos a la riqueza del Estado.
Cada vez que oigo hablar de República Catalana, me pregunto: ¿Y por qué no, República para todos?
Cada vez que oigo hablar de voluntad popular, me cuesta mucho imaginar qué significa eso.
El Gobierno español, por su parte, se presenta como garante de la ley y la igualdad entre comunidades, cuando, el mismo partido y su alternativa histórica, han fomentado las diferencias pactando, en repetidas ocasiones, con todos los partidos nacionalistas habidos y por haber.

Si no somos capaces de entendernos entre familiares y vecinos de toda la vida, está la cosa como para abrir nuestras puertas y nuestras mentes a los pobres vecinos del sur, que llegan del otro lado del mar, buscándose la vida.

Hace años, los ilusos progresistas-ecologistas-iluminados creíamos que lo realmente revolucionario era conseguir un mundo sin fronteras, solidario, igualitario, pero que conservase las peculiaridades de cada zona; un mundo acogedor, fácilmente transitable y vivible, pero orgulloso de sus diferencias, sus idiomas y sus riquezas culturales. Pero ahora, sorpresas del destino, las revoluciones se hacen al contrario, para cerrar puertas, para desconfiar del vecino, para que no entre en nuestras mentes el peligroso virus de la solidaridad.

Yo no quiero vivir en un mundo como este, frentista, egoísta, basado en intereses cortoplacistas. Yo quiero vivir en un mundo sano, globalmente diferente, basado en la empatía y la solidaridad, con un poquito de buen rollo entre sus habitantes, hayan nacido donde hayan nacido. No dejemos que los malos políticos nos azucen unos contra otros, que nos enfrenten para defender sus oscuros intereses. ¿Dónde está la verdadera voluntad popular?