El Ave Félix

Hoy exhibe con orgullo un trabajo que le proporciona beneficios por un servicio que no es menos eficaz que el del paraíso ‘galástico’ que abandonó


El fraile Savonarola.

SAVONAROLA

Dicen, amados míos, que en el Edén originario, debajo del Árbol del Bien y del Mal, floreció un arbusto de rosas. Allí, junto a la primera flor, nació un pájaro, de bello plumaje y un canto incomparable, cuyos principios le convirtieron en el único ser que no sucumbió a la seducción de la serpiente y no quiso probar la fruta prohibida. Cuando Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, cayó sobre el nido una chispa de la espada de fuego de un ángel, y el pájaro ardió al instante.

Pero, de las propias llamas, mis hermanos en Cristo, surgió una nueva ave, el Fénix, con un plumaje inigualable, alas de color escarlata y cuerpo dorado. Algunas fábulas lo sitúan posteriormente en Arabia, donde habitaba cerca de un pozo de aguas frescas, y se bañaba todos los días entonando una melodía tan bella, que hacía que el Dios Sol detuviera su carro para escucharle.

La inmortalidad fue el premio a su fidelidad al precepto divino, junto a otras cualidades como el conocimiento, la capacidad curativa de sus lágrimas o su increíble fuerza. A lo largo de sus múltiples vidas, su misión es transmitir el saber que atesora desde su origen al pie del Árbol del Bien y del Mal, y servir de inspiración en sus trabajos a los buscadores del conocimiento, tanto artistas como científicos.

La leyenda del Ave Fénix se extendió ampliamente entre los griegos, que le dieron el nombre de Phoenicoperus, que significa alas rojas, apelativo que se extendió por toda la Europa romana. Los primeros cristianos, influidos por los cultos helénicos, hicieron de esta singular criatura un símbolo viviente de la inmortalidad y de la resurrección. En la mitología del antiguo Egipto, el Ave Fénix representaba al Sol, que muere por la noche y renace por la mañana. Otro símbolo al que se asimila es el de la esperanza, que representa un valor que nunca debe morir en el hombre.
Según Ovidio, «cuando el Fénix ve llegar su final, construye un nido especial con ramas de roble y lo rellena con canela, nardos y mirra en lo alto de una palmera. Allí se sitúa y, entonando la más sublime de sus melodías, expira. A los 3 días, de sus propias cenizas, surge un nuevo Fénix y, cuando es lo suficientemente fuerte, lleva el nido a Heliópolis, en Egipto, y lo deposita en el Templo del Sol». Como el nuevo pájaro que surge acumula todo el saber obtenido desde sus orígenes, un nuevo ciclo de inspiración comienza.

Para San Ambrosio, el Ave Fénix muere consumida por el Sol, convertida en cenizas de las que renace, después de arder su cuerpo, como un pequeño animal blanco y sin miembros, que crece y se aloja dentro de un huevo redondo, donde se vuelve mariposa, hasta que dejando de ser implume se transforma en un águila celeste que surca el firmamento estrellado.

El Fénix es un ave igual a los dioses celestes, que compite con las estrellas en su forma de vida y en la duración de su existencia, y vence el curso del tiempo con el renacer de sus miembros. No calma su hambre comiendo ni apaga su sed con fuente alguna.

Yo no sé, caros discípulos míos, si como el Fénix, el Ave Félix construyó un nido especial de roble y lo rellenó con canela, nardos y mirra en alguna de las datileras que preñan el Palmeral de Vera, pero sí os diré que surgió de nuevo con todo el saber que obtuvo desde sus orígenes. Quizás no comiera de la fruta del Árbol del Bien y del Mal y Dios Padre Omnipotente, que todo lo sabe, le ha otorgado el don de volver a gobernar su ciudad.

Como el ave de la leyenda, experimentó toda clase de tentaciones. Le prometieron acabar con el hedor nauseabundo que destilaban las aguas hediondas sin depurar. Era mucho más fácil no hacer nada, mas embarcó en su pueblo, emulando a Moisés, y separó con su vara las aguas de las heces, construyendo la única estación que convierte los residuos en fuente de vida regenerada.

Ya había emprendido la gestión de las aguas fuera del amparo de la gran empresa pública provincial. Todo un reto que le propició una enconada lucha política y judicial, de la que salió renacido y con más vigor. Hoy, además, exhibe con orgullo un trabajo que, en vez de pérdidas y espinas, le proporciona el dulce bálsamo de los beneficios por un servicio que, en el peor de los casos, no es menos eficaz que el del paraíso ‘galástico’ que abandonó.

Como puestos a abandonar, también desertó de la molicie que supone dejar que otros hagan el trabajo que las leyes le encomendaban. Siempre es más cómodo que el trabajo lo haga otro, pero ya sabéis, hermanos, que el ojo del amo engorda la viña. Y, de ese modo, una vez metido en la harina de recaudar por sí mismo los tributos del municipio, se dispuso a recoger, como césar, lo que era del césar, y llegó a recaudar más de lo que cosechaban aquellos a quien la ciudad pagaba 180.000 euros por hacer su faena.

Tal era el fruto recolectado por la oficina recaudatoria y por la empresa creada para gestionar servicios como el del abastecimiento de agua, que quienes recelaban de su conveniencia no dudaron, cuando de ellos dependió, en mantenerlas contra viento y la marea de los suyos. Y, ahora, una vez renacido de sus efímeras cenizas, el Ave Félix ha visto cómo su lucha singular contra el gigante que llaman Gobierno de España por las obras de laminación en el río Antas, pintan bastos para el fuerte. Así, el árbitro del combate apunta que puso el ojo en la diana, y todo indica que volverá a ganar la batalla.

Parafraseando a San Ambrosio, el Ave Félix no es ningún ornitóptero implume. Hace ya mucho tiempo que se transformó en un águila celeste que surca el firmamento estrellado. Vale.