«Si yo hubiera o hubiese...» o ley de secesión

Sin duda, de nada servirá pensar sobre las posibles alternativas previendo el futuro más adecuado mediante el análisis de causas, o el examen de las derivas; la política española esta instalada en la inmediatez, el grito, el esperpento, el titular, la teatralidad, en la brusquedad de «mayorías» más que en crearlas a partir de ideas y proyectos


Puigdemont y Junqueras entran en el el salón de plenos del Parlament catalán. // Europa Press

JOSÉ LUIS RAYA

Lo cierto es que me hubiera gustado que los redactores de la Constitución, cuando copiábamos la ley alemana, hubieran tenido a bien incluir literalmente de su artículo 7: «el sistema educativo en su conjunto estará bajo la supervisión del Estado». O el artículo 21: «Serán anticonstitucionales los partidos que, en virtud de sus objetivos o del comportamiento de sus afiliados, se propongan menoscabar o eliminar el orden básico (...) o poner en peligro la existencia de la República Federal Alemana». Y también algunos otros que no vienen al caso.

Pero no ha sido así, y las comunidades autónomas —no sólo la catalana y vasca— han alentado o permitido, jurídica y socialmente, actitudes encaminadas a la diferenciación entre españoles como paso previo a la ruptura de la convivencia, y esto lo han hecho y lo siguen haciendo con la complicidad de los dos partidos mayoritarios (PP y PSOE), el apoyo de los partidos de la “paleoizquierda” (IU y Podemos), el jolgorio de los nacionalistas (PNV, CIU, ERC, VNG...) y la indiferencia de todos los españoles.

Sin duda, de nada servirá pensar sobre las posibles alternativas previendo el futuro más adecuado mediante el análisis de causas, o el examen de las derivas; la política española esta instalada en la inmediatez, el grito, el esperpento, el titular, la teatralidad, en la brusquedad de «mayorías» más que en crearlas a partir de ideas y proyectos.

Pero aun estamos a tiempo; el órdago secesionista nos ha devuelto a la realidad que viven los ciudadanos en los lugares en los que el separatismo es la doctrina oficial del régimen, y nos hemos dado cuenta de que el separatismo no surge espontáneamente, que es inculcado, entre otras, mediante leyes llamadas de «normalización lingüística», que establecen que en las escuelas públicas de Cataluña las clases se dan íntegramente en la lengua cooficial. La Ley 1/1998, obliga, entre otras, a rotular en catalán, porque aunque el texto dice «al menos en catalán», los independentistas han denunciado desde su publicación a más de 10.000 comercios —tan sólo un ciudadano, nacionalista, denunció a mas de 5.000 en un año— y la Generalidad impuso más de 200 multas anuales por este concepto, que dejaron una media de unos 100.000 euros anuales a las arcas del Govern. Ha puesto en evidencia que lo anterior no es exclusivo de Cataluña; en Valencia, en Baleares, en Galicia, en el País Vasco y hasta en Asturias se han iniciado procesos similares.

Pero la pieza indispensable para el separatismo es el adoctrinamiento de los niños, un adoctrinamiento que se realiza en los colegios, institutos y en las universidades. Un adoctrinamiento que está apoyado la «libertad de cátedra», la complicidad de las autoridades educativas y el silencio de todos, se ha establecido un ideario para limitando la libertad de pensamiento de los alumnos, convertirnos al fanatismo de la «raza» superior, la cultura superior y por ende la inferioridad de los españoles, su cultura deficitaria o su historia de sangre y violencia, mientras «los catalanes hemos sido la cuna de la civilización oriental y occidental», el nacionalismo llevado a la rabia, la xenofobia sectaria y nazi-leninista.

Como decía, me hubiera gustado que los 'padres de la Constitución' hubieran incluido algunos artículos, y los ciudadanos e instituciones hubiesen impedido el adoctrinamiento, pero de aquellas aguas estos lodos, y hoy nos enfrentamos, en Cataluña, con una situación en la que del 70% de los votantes, la mitad son separatistas furibundos y la otra mitad unionistas silenciosos, y una situación a futuro en la que los niños que hoy reciben educación serán independentistas nazi-leninistas.

Visto este futuro, no creo que la solución sea mirar para otro lado, o dejar que el tiempo resuelva; ya lo hemos dejado de hacer suficientemente. Estoy convencido de que la convivencia en Cataluña —y de ésta con el resto de Europa— pasa porque en España se desarrolle, en el marco del cambio constitucional, una «ley de secesión». Sí, la llamo de secesión y lo hago así porque llamarla de otra manera sería engañar a los españoles, y ya somos mayores para que nos den placebos.

Obviamente, esta «ley de secesión» debería incluir un porcentaje mínimo de electores y un numero mínimo de votos afirmativos para que se iniciase el proceso; y esto no otorgaría automáticamente la secesión, sino que iniciara un proceso que duraría al menos dos años para negociar los términos de ésta —pensiones, trabajadores, sanidad, deuda publica, unión europea...—; conocidos estos acuerdos, se volvería a votar en referéndum, aprobándose definitivamente si se alcanza porcentaje mínimo de votos afirmativos.

Y ¿qué pasa con el resto de los ciudadanos del país? ¿Tienen derecho a decidir?, Sí, por supuesto. El resto tenemos el derecho a decidir si queremos una constitución que incluya la secesión, o si queremos una constitución que establezca el control del Estado sobre la educación, o ambas cosas, pero si el Estado no homogeneiza los conceptos educativos y controla que la 'libertad de cátedra' sirva para crear ciudadanos libre pensadores, y no para crear ciudadanos dogmatizados, cuando no analfabetos socio-culturales, el Estado español habrá dejado de existir de facto, y ya solo será cuestión de tiempo para que se dinamite la convivencia entre españoles y, con ella, el estado del bienestar y la construcción europea.

Sí, afirmo, «el estado del bienestar» y la «construcción europea», entre otras, porque con el nacionalismo separatista, históricamente, ha venido la xenofobia, la intolerancia, la guerra, la intransigencia...; hoy, la paleoizquierda y el nacionalismo presentan una visión de «la Europa de los pueblos», «la Europa de las culturas»... pero esta realidad edulcorada no se sostiene ni por la sociedad ni por la historia, y a ella me remito.

En estos momentos, los españoles tienen en sus manos cómo será Europa, y quizá el mundo, en el futuro; el conflicto separatista en Cataluña es el banco de pruebas de las grandes potencias, USA, Rusia, el salafismo, el Daesh, China... los partidos nacionalistas nazis o la paleoizquierda stalinista, apoyados todos por intereses financieros y religiosos, para quienes más allá de sus buenas o malas palabras tienen como estrategia el «cuanto peor, mejor», y como objetivo romper esta imperfecta Europa que amamos.

Si triunfa el separatismo en este òrdago, nos encaminamos a la «la Europa de las tribus»; si por el contrario España organiza su vida en común con Cataluña y con Europa, posiblemente dispongamos de un tiempo valioso para incluir en la Constitución española y europea algunos artículos para que el independentismo caracterizado por «el odio hacia el otro» pase a ser nacionalismo definido como «el amor por lo tuyo», el amor por lo cercano, la patria, la región, el pueblo; un nacionalismo que nos permitirá seguir construyendo una Europa prospera, sin guerras internas (la historia de las distintas tribus europeas está plagada de ellas), una Europa imperfecta, pero más independiente de los bloques y mediadora en los conflictos mundiales que, sin duda, se van a producir.