Postureo, cabreo y mucho mamoneo

Cómo será la cosa que ni el Gobierno de España tiene claro si se ha declarado realmente la independencia de Cataluña, hasta el punto de haber requerido oficialmente a la Generalitat que informe si lo ha hecho o no antes de decidir si se aplica el artículo 155. Lo mismo ocurría entre buena parte de los periodistas que cubrían ese pleno del parlament —que debía haber sido el último en el que dicha cámara formaba parte del ogro devoraniños que es España—, con muchos de los corresponsales extranjeros incluyendo la palabra «confusing» en sus titulares


El presidente catalán interviene en sede parlamentaria para declarar la independencia y suspenderla a los pocos segundos.

PABLO REQUENA

A estas alturas de la película, pocos de los que siguen esta humilde columna de opinión ignoran que detesto el nacionalismo casi tanto como el postureo, el 'showbiz' político, el cinismo y la falta de vergüenza que supone, al mismo tiempo, querer nadar y guardar la ropa, soplar y sorber, subir y bajar, entrar y salir, frenar y acelerar, suspender la declaración de independencia y firmarla solemnemente a los diez minutos. Buñuel, Berlanga o Dalí se frotarían las manos con las musas que habitan en el Parlamento catalán, o puede que incluso a ellos les pareciera todo esto demasiado surrealista, sobre todo después del último espectáculo de Puigdemont, Junqueras y cía en sede parlamentaria.

Tras el esperpento del 10 de octubre, me consta que, dentro del mundo independentista, existe una sensación similar con el 'procés' a la que existía entre los seguidores de la serie Perdidos cuando emitieron el último capítulo: un sentimiento de frustración que viene a decir algo así como «pa habernos matao», amén de los otros muchos que confirmamos la vigencia de expresiones como «perro ladrador poco mordedor», «mucho ruido y pocas nueces», o esa de Charles Finney en la que afirma que «el falso arrepentimiento es cuando el individuo todavía siente el deseo de pecar; se abstiene de hacerlo, no porque lo aborrece, sino porque teme sus consecuencias».

Lógicamente, mucho se está contando sobre cómo ha sentado en la parroquia 'indepe' el anuncio de Puigdemont de «suspender» una declaración realizada 13 segundos antes; un relato donde, cómo no, las imágenes de la desbordante ilusión y del inmediato desengaño dicen mil veces más que todas las palabras que queramos juntar para describirlo. Aunque no se habla tanto, creo yo, de cómo se está viviendo toda esta sesión circense en el resto de España —cambien la palabra maldita por la expresión «Estado español» en según qué lugares—. Ya saben; qué opinamos los demás de esa «independencia a la carta» donde si Cataluña se separa de España, el Barsa podrá elegir en qué liga juega; los catalanes continuarán opositando en toda España mientras los andaluces, murcianos o extremeños se topan con toda clase de impedimentos en Cataluña, o donde el malvado Estado español seguirá pagando las pensiones aun después de la independencia, eso sí, mientras se nos sigue llamando «vagos», «fascistas» y «paletos» a los que vivimos más abajo por el sólo hecho de vivir más abajo que ellos.

Cómo será la cosa que ni el Gobierno de España tiene claro si se ha declarado realmente la independencia de Cataluña, hasta el punto de haber requerido oficialmente a la Generalitat que informe si lo ha hecho o no antes de decidir si se aplica el artículo 155. Lo mismo ocurría entre buena parte de los periodistas que cubrían ese pleno del parlament —que debía haber sido el último en el que dicha cámara formaba parte del ogro devoraniños que es España—, con muchos de los corresponsales extranjeros incluyendo la palabra «confusing» en sus titulares.

Así las cosas, todo indica que aún queda mucho postureo, cabreo y mamoneo que tragar; que ni la coalición soberanista está por la independencia real ni por convocar elecciones anticipadas, al tiempo que el Gobierno de Rajoy se resiste a suspender la autonomía catalana —en parte o en su totalidad—, lo que se traduce en prolongar todo este suplicio de inestabilidad, incertidumbre y teatro político sine die. Como si no hubiera otros problemas que resolver en este país de pandereta.