Los británicos y la política desde Mojácar

¿Sí salimos de Europa, tendré yo que abandonar España? ¿Habrá un sitio para mí (y los 1,2 millones de mis compatriotas por Europa) en el Reino Unido? ¿Una vivienda, una renta y atención de la salud pública? No, ¿verdad?


Turistas británicos recién aterrizados en Almería (archivo).

LENOX NAPIER

Cuando la prensa británica habla de sus conciudadanos ‘expatriados’ —no nos gusta la palabra ‘emigrantes’— que vivimos sobre todo en España, nunca se olvidan de acompañar el texto con una foto de unos borrachos ingleses jugando al billar en un local decorado con banderas inglesas, con sus pintas de cerveza y platos de fish and chips. O, vestidos de blanco, jugando a la versión inglesa de la petanca: los bolos. ¡Ayy, nos han clavado una vez más...!

Para los isleños somos considerados como traidores. Somos la gente que ha dado la espalda al país de las lluvias, la mala comida y los pakistaníes. No se sabe cuántos británicos hay en España —ya que la cifra facilitada por el Instituto Nacional de Estadística es un puro invento, cocido con el número de personas que están registradas en el padrón—. Como no hay mucha razón para registrarse uno... A lo mejor, somos el doble, o más.

A algunos de estos tipos les gusta tener una bandera a mano, pero creo que son pocos. Lo cierto es que los que vivimos aquí, en la provincia de Almería, que tenemos una vivienda y un coche, muebles, pertenencias y amigos, una vida decente... no queremos volver al Reino Unido por culpa de la política.

Había elecciones en Reino Unido y, entre los partidarios del Brexit duro y el Brexit light —los conservadores y los laboristas— no ha ganado ninguno de los dos, y por lo cual, de una cierta forma, lo que ha perdido ha sido el Brexit en sí. No obstante, y curiosamente, el único partido nacional en contra del Brexit, los Liberales, tampoco han hecho gran cosa. Al partido 'Scottish Nationalist' —nacionalistas escoceses—, que es otro grupillo en contra del Brexit, tampoco les ha salido bien.

Entre los expatriados que viven aquí, había para todo, pero quizás un poco más de apoyo hacía los laboristas con su versión de 'Brexit light' (lo que nadie entiende, ya que el candidato Corbyn no se había pronunciado mucho sobre el tema). Ahora, con un parlamento sin mayoría absoluta, nadie sabe qué va a pasar, aunque lo más probable es que el comienzo de las negociaciones con la UE va a demorarse mientras que se decide exactamente qué coño quieren hacer.

Aquí en España, como en el resto de Europa, los 1.200.000 británicos que hay —o quizás más— sabemos aún menos: solo sabemos que, más que nunca, nadie en Westminster se va a preocupar por nosotros.

Lógico, pues muchos de nosotros no tenemos derecho a voto. Pasados quince años en el exterior, perdemos el sufragio. Yo, por ejemplo, con 63 años, nunca he tenido el voto nacional en mi vida, ni aquí ni allí. No existen (como en Francia) diputados que representan a los nacionales que viven fuera del país. Somos un colectivo sin voz, y por lo cual, sin consecuencia.

¿Sí salimos de Europa, tendré yo que abandonar España? ¿Habrá un sitio para mí (y los 1,2 millones de mis compatriotas por Europa) en el Reino Unido? ¿Una vivienda, una renta y atención de la salud pública? No, ¿verdad?

Sí nos quedamos aquí, ya con acento de ‘extranjeros’, ¿habrá que buscar un permiso de estancia, otro de trabajo, una visa, una cuenta bancaria en libras esterlinas... y no se sabe qué más vueltas impuestas por el Ministerio del Interior? ¿Tendremos que aprender el castellano? ¿Tendremos que beber la horchata en vez de la té con leche fría?

Y la libra esterlina. Los jubilados viven de su renta en libras. Hoy, con las dudas políticas en Londres, la libra ha caído contra el euro, haciendo la vida aquí para ellos sensiblemente más caro.

De verdad, y sin mis cínicas exageraciones, no hay mucho interés en el tema. Nosotros vivimos en pequeños pueblos de la costa o el interior de las provincias costeras. No pegamos ni golpe en la sociedad de pueblo, a menos de nuestros bienvenidos gastos en las tiendas y restaurantes locales. España quiere el «turismo de paso», no el «turismo residencial». En las grandes ciudades de España no estamos. Somos inconsecuentes para los políticos y la sociedad aquí.

En nuestros pequeños pueblos, acomodados en los guetos que preferimos, no sabemos nada de España, ni de su política ni de su gente. Tampoco queremos saber mucho de lo que está pasando fuera. «Si pasamos de aquello —pensamos— quizás pasaremos desapercibidos». No somos, en muchos casos, la nación que mejor se integra en otros países. Muchos de nosotros tenemos televisión con satélite británico, con sus noticieros en inglés, y periodiquillos gratuitos que no se meten con las temas del día, concentrándose en noticias sobre los perros, la agenda social y la abertura de un nuevo restaurante de fish and chips. Si viene un tsunami, nos pegará por sorpresa.

Quizás la única solución a toda esta inestabilidad y duda es tomar una cerveza fría y salir a echarnos una buena partida de bolos con los amigos...