Le Pen, suspensa en comprensión lectora

Cabe preguntarse, entonces, ¿por qué no le molesta a doña Marine esta presencia, cuya pronta recuperación para volver a la tendencia anterior a la crisis parece no hacer mella en su ánimo acusador contra el euro? Porque su animadversión hacia él no hay que buscarla en unos pretendidos efectos negativos para la economía francesa, sino en su ardiente nacionalismo francés: según sus entendederas, el euro es perverso porque hace que Alemania prospere mucho más que Francia


Marine Le Pen, con un propaganda antieuropeísta al fondo.

RAMIRO TÉLLEZ

Dicen que, ante los mismos hechos, uno sólo ve lo que quiere ver. En el caso de los políticos, sobretodo de los obsesionados con alguna idea, ese proceso mental se manifiesta tan amplificado que resulta prácticamente imposible alertarlos del error. Una de las formas habituales en que se manifiesta esta escotoma —voluntaria o involuntaria— es la vinculación causa-efecto de dos hechos para los que, no teniendo nada que ver, el tomado como causa preceda temporalmente al efecto. Ayer, la líder proteccionista/nacionalista Marine Le Pen utilizó esa fórmula durante el gran debate televisivo en Francia entre los principales candidatos a la presidencia de la república. En concreto, lo hizo de esta manera:



Como ven, lanza la acusación de que, desde la creación del euro, la producción industrial de Francia ha caído en picado y, para afianzar esa innegable evidencia, muestra una gráfica que cree que despeja toda duda. Para ilustrar la manipulación subyacente de semejante razonamiento, me he permitido la licencia de crear esta otra gráfica que, a mi juicio, se asemeja más a la realidad:


Bromas aparte, la gráfica mostrada por Le Pen pone de manifiesto lo equivocado de su tesis y lo hace de dos maneras distintas: a través de los datos de los países que no muestra —suponiendo que efectivamente exista esa relación causal— y mediante los que sí aparecen en ella. En el primer caso, se trata de la versión política del habitual truco periodístico de no dejar que la realidad arruine un buen titular: si en la misma aparecieran países como Irlanda o Estonia se haría evidente la poca consistencia racional de la proclama para cualquier lector medianamente objetivo. Sin embargo, como he dicho, no es preciso recurrir a las ausencias de la gráfica para rebatir a Le Pen, sino meramente centrarnos en las presencias.

¿Qué dice la gráfica? Muestra la evolución de la producción industrial para cuatro países en un amplio margen temporal antes y después de la creación del euro en 2001. Me gustaría que se fijara, querido lector, en dicha evolución durante los cinco años anteriores y posteriores a 2001. ¿Se nota algo raro? A mi juicio, no. Creo que es evidente que, durante el periodo de diez años centrado en la instauración de la moneda única, la evolución del índice graficado sigue su curso normal para los cuatro, sin que parezca que el mero hecho de haber cambiado al euro lo varíe.

Sin embargo, siete años después de su adopción, los cuatro países mostrados bajan repentinamente su producción industrial. ¿A causa del euro? No, a causa de la crisis del sector financiero que estalló globalmente ese año, porque descensos iguales o más acusados del mismo índice se produjeron por todo el mundo en países con otras monedas. Es más, ni siquiera fue la zona euro el origen del fenómeno. No obstante, que el euro no fuese responsable de la crisis global de 2008 no lo exculpa de un posible efecto imposibilitante para salir de la misma. ¿Es así? De nuevo, la respuesta está en la propia gráfica: Alemania.

Cabe preguntarse, entonces, ¿por qué no le molesta a doña Marine esta presencia, cuya pronta recuperación para volver a la tendencia anterior a la crisis parece no hacer mella en su ánimo acusador contra el euro? Porque su animadversión hacia él no hay que buscarla en unos pretendidos efectos negativos para la economía francesa, sino en su ardiente nacionalismo francés: según sus entendederas, el euro es perverso porque hace que Alemania prospere mucho más que Francia. Mostrando esa bonanza alemana refuerza su posición como defensora de la esencia francesa, porque en el corazón de esa deseada vuelta a la Europa anterior al mercado común siguen latiendo las viejas rencillas entre europeos que tantos enfrentamientos han provocado.

Haría bien Le Pen en preguntarse por qué países con la misma moneda han respondido de manera tan dispar al estallido de la crisis de 2008. En lugar de culpar al euro, mejor servicio le haría a Francia examinando por qué Alemania, Irlanda o Estonia se recuperaron y siguieron creciendo mientras que España, Francia o Italia no. Quien sabe, lo mismo descubre razones como el desbocado endeudamiento público zapateril-rajoyista, la eterna inestabilidad política italiana o el enorme peso del Estado socialdemócrata en los tres.

Desgraciadamente para los franceses, parece que quiere ahondar en las causas de la depresión en lugar de eliminarlas: más intervención estatal en la economía a través de más regulación de todos los sectores a capricho del político y de menos libertad individual. Todo valdrá para hacer realidad el sueño húmedo de la grandeur, una raza franca pura que sólo consuma bienes franceses producidos allí. Es decir, la misma arcadia feliz que tan bien conocemos en España a través del nacionalismo catalán, pero con beret en lugar de barretina.