¿Quién tiene prisa?

Y hasta puede que unos años sin cambiar las leyes ni subir impuestos proporcionen al país mayor estabilidad que los Rajoy, Sánchez o Rivera de turno


Dirigentes políticos aterrorizados por la ausencia de gobierno.

DIEGO JEREZ / 31·08·2016

Al parecer, España sigue sin gobierno. Y digo al parecer porque hace tiempo que la cuestión pasó de serme tediosa a insoportable. No voté en las últimas elecciones, como no lo hice en las anteriores, ni en las anteriores ni, quizá, en las anteriores… Lo cierto es que ni lo recuerdo ni me importa. Rajoy me parece un simplón canoso; Pedro Sánchez, un ninot mojado; Rivera, un vendedor de seguros —dicho sea con el mayor respeto a quienes se ganan la vida con tan digna ocupación—, y el profesor perroflauta... En fin, háganse una idea...

¿Y por qué escribo entonces sobre el tema? Pues, francamente, porque comienzo a estar hasta las narices de esa cantinela de que necesitamos un gobierno con urgencia. Para empezar, yo no lo necesito, aunque entiendo que mi caso no es representativo porque soy uno de esos neoliberales que quieren que los millonarios desayunen testículos de obrero servidos en el vientre abierto de un recién nacido.

Bien, olvidémonos de mí y de la esmirriada horda liberal. ¿El PP necesita un gobierno? ¿Para qué? ¿Qué va a hacer en una legislatura de dos años y en minoría que no haya podido sacar adelante en cuatro años de mayoría absoluta? Además, aunque en funciones, Rajoy continúa siendo presidente, y sin tener que aparecer —salvo excepciones— por el Congreso ni preocuparse de otros muchos 'jaleos' aparejados al cargo. ¿Que manda menos? Cierto, pero manda más tranquilo.

¿Y qué pasa con Pedro Sánchez? Pregúntenle a un condenado a muerte si tiene prisa o inconveniente alguno en que se repita el juicio...

Rivera se ha quitado el disfraz de Salomé para dejar de pedir cabezas, y cualquier cosa le vale menos otras elecciones. Además, el papel de cortejada le va como anillo al dedo: chupa cámara, impone condiciones, y aunque el apoyo al PP pueda finalmente restarle algunos votos por el flanco izquierdo, se afianza en el centro dándose una pátina de hombre de Estado que puede dialogar a izquierdas y derechas.

Quizá el que peor lo lleve sea Pablo Iglesias, muriendo de irrelevancia mientras su narcisismo le empuja a inventar conversaciones con el PSOE para que algún periodista le meta el micro.

«Vale —replicará alguno—, pero todos esos que mencionas son políticos, nada que ver con la gente de verdad que madruga cada día para poner un plato sobre la mesa de su familia y mantener un techo sobre sus cabezas». De acuerdo, ¿y para qué lo necesita esa gente? ¿Acaso el nuevo gobierno dejará de comerles las entrañas? ¿Aliviará la carga que les obliga a empujar ladera arriba? ¿Quebrará las pesadas cadenas de la regulación? Todo lo contrario, me temo.

«Bueno, pero hay que aprobar unos nuevos presupuesto —expondrá otro— que recojan las exigencias de Bruselas». Y estaría dispuesto a reconocer la validez de ese argumento si los gobiernos españoles no tuviesen por costumbre utilizar los presupuestos para la menos elegante de las tareas de aseo personal. Es más, si los presupuestos sirviesen realmente para algo, España no arrastraría una deuda superior a su PIB, y las infraestructuras consignadas en ellos se ejecutarían en periodos de tiempo razonables.

La realidad es que nunca faltan cajones en los que olvidar facturas cuando el político quiere gasta más —con la complicidad manifiesta de los funcionarios—; como no falta, en caso contrario, un técnico servil dispuesto a firmar un informe en el que, por arte de magia, aparezca la mayor colonia conocida de alguna especie en peligro de extinción —cualquier parecido con lo ocurrido en la circunvalación de Mojácar es, faltaría más, fruto de la casualidad—; o un empresario temeroso que acceda a ralentizar las obras hasta lo absurdo —sobran ejemplos—; o un consejero dispuesto a dejar de pagar a los empleados de alguna escuela taller —¿Alguien ha nombrado Fines?—.

No. No es cierto. Ni los políticos necesitan con urgencia ese gobierno para continuar mamando de las nutricias ubres del Estado, ni lo necesitamos los ciudadanos para continuar luchando por nuestra supervivencia diaria.

Y sí, España necesita importantes reformas a nivel fiscal, laboral, educativo, judicial y político —cuando poco—, pero si algo han demostrado los sucesivos gobiernos de este país es su absoluta falta de visión, capacidad y voluntad para trascender los intereses partidistas y los prejuicios ideológicos en aras del tan cacareado 'bien común'.

Quizá la única interpretación que no se ha hecho de los dos últimos resultados electorales es que España no tiene un gobierno porque los españoles no quieren tenerlo; porque los ciudadanos necesitamos una tregua tras décadas de expolio fiscal y acoso normativo. Y hasta puede que unos años sin cambiar las leyes ni subir impuestos proporcionen al país mayor estabilidad que los Rajoy, Sánchez o Rivera de turno.