Comerciantes o parásitos, no hay opción C

El hombre que jacta de no ser comerciante, ¿de qué vive? ¿Quién paga sus cuentas? Porque si las paga él mismo con el dinero que obtiene por vender su capacidad en el mercado, esa persona que habla mal de los comerciantes, aunque reniegue declamativamente de ellos, es también un comerciante


Venta de manzanas en un mercado al aire libre. | Fotografía: Jacqueline Macou.

MAYO VON HÖLTZ / 07·08·2016

Recuerdo que en el colegio te solían insultar espetándote en la cara la palabra fenicio, como si ser comerciante fuera algo malo per se. También entre los adultos, generalmente entre personas dedicadas a la literatura, el periodismo, la política, el arte o las ciencias, acostumbra a utilizarse la palabra comerciante de modo despectivo, enorgulleciéndose quienes así la emplean de no formar parte de ese colectivo.
Todo por el contrario: ser comerciante es ser una persona que sólo le hace bien a la comunidad. Ser comerciante es ser una persona inevitablemente razonable, siendo que no serlo implicaría fundir el negocio. Ser comerciante es ofrecer a la comunidad un bien o un servicio tan bueno que las personas están libremente dispuestas a pagar por él. Todos los problemas económicos del mundo, que son la mitad o más de los problemas que aquejan a los países, proviene del daño que hacen todas aquellas personas que no son comerciantes.

El hombre que jacta de no ser comerciante, ¿de qué vive? ¿Quién paga sus cuentas? Porque si las paga él mismo con el dinero que obtiene por vender su capacidad en el mercado, esa persona que habla mal de los comerciantes, aunque reniegue declamativamente de ellos, es también un comerciante; y si no es un comerciante, sus cuentas se las paga otro: si no es su padre, algún amigo que le regala su dinero, tal como hizo toda la vida Engels con Marx. Pero si quien le alimenta, quien pone la comida en su plato y le da un techo para que no duerma a la intemperie no es un familiar o un amigo, entonces es alguien que le da su dinero a la fuerza, obligado por las leyes fiscales. Es, en definitiva, el contribuyente; alguien que está en posición de alimentar parásitos que hablan mal del dinero y de los comerciantes, porque es un comerciante, una persona razonable y justa que vende algo que el mercado desea libremente pagar porque es bueno y tiene un precio accesible; y como el comerciante es inteligente, trabajador y tenaz, eso que vende lo vende a un precio mayor del que le cuesta, tributando a la fuerza parte de sus ganancias compelido por la amenaza fiscal, y ese dinero que de esa manera el Estado le saca, termina en el bolsillo de personas que, en su infinita estupidez y desagradecimiento, se pavonean con orgullo hablando mal del dinero y de los comerciantes.

Ser comerciante es un honor; no serlo, y mucho más si hay una jactancia por no serlo, es el peor de los vicios, porque esa persona que se enorgullece de no ser comerciante, no sólo es un parásito, sino que se jacta de ser parásito, y como si toda esa inmundicia fuera poca, además habla mal del que a la fuerza le da de comer.