La corbata de Rajoy

DIEGO JEREZ


20·01·2016

Ocho años después de que invitase a liberales y conservadores a marcharse del Partido Popular, Mariano Rajoy Brey, el político con más poder que jamás haya ocupado La Moncloa —186 escaños en el Congreso, 136 en el Senado, 11 de los 17 gobiernos autonómicos y dos tercios de las capitales de provincia—, se prepara para afrontar la próxima sesión de investidura con el paso lábil de un reo que asciende hacia el cadalso.

Y es que la senda socialdemócrata por la que ha conducido al otrora tímidamente liberal PP de José María Aznar, no sólo no ha servido a Rajoy para congraciarse con la izquierda tradicional, que ha optado por un mayor escoramiento a fin de escenificar las distancias, sino que ha terminado por agotar la paciencia de su cada vez más exigua masa de votantes.

La puesta en libertad de terroristas, el mantenimiento de leyes ideológicas como la LIVG o el intenso expolio fiscal al que ha sometido a los ciudadanos durante estos cuatro años, han llevado a muchos electores de centro-derecha a descartar al Partido Popular como opción política aceptable, nutriendo, a falta de otras alternativas, a nuevos partidos como Ciudadanos o, en menor medida, VOX; pero también, y de manera importante, la abstención.

Por si ello fuera poco, el uso de los medios de comunicación para dirimir querellas internas no ha hecho sino deteriorar, aún más, la imagen de un partido en decadencia y carcomido por la corrupción.

Pero quizá el mayor error de Rajoy haya sido no comprender que su holgada victoria de 2011 no se debió a su simpatía, su carisma o sus capacidades políticas, sino que fue fruto del hartazgo de los españoles ante un Gobierno, el de Rodríguez Zapatero, incapaz de ofrecer algo más que consignas y propaganda frente a los problemas reales de los ciudadanos —Tampoco ahora parece haberse dado cuenta de que en esa victoria estéril del pasado diciembre, pesó más el pánico provocado por Podemos que su valía como candidato—.

La corte de aduladores de la que, muy a su gusto, se ha rodeado durante estos años tampoco le ha ayudado a tomar contacto con una realidad cada vez más desagradable; mientras que su obsesión por desvincularse del aznarismo y su miedo a ser eclipsado por barones o ministros de mayor talla política, han dejado al PP prácticamente sin recambios para un líder que nunca llegó a serlo.

Ya es tarde para Mariano —en realidad siempre lo fue—, y ni la izquierda es capaz de disimular su desprecio por un enemigo tan pusilánime, ni los suyos, en ausencia de poder, están dispuestos a perdonarle lo que ha hecho del partido.

Puede que nadie le apuñale, puesto que nadie queda con el valor necesario para hacerlo, pero no resulta menos cruel encomiarle la corbata mientras el verdugo se la ciñe bien al cuello.