Realidades y otras miserias

LUIS ARTIME

21·12·2015

La incertidumbre, o dicho de otra manera, la ausencia de certezas, se podría considerar en términos socráticos como la virtud cardinal del sabio.

Sin embargo, y a poco que se observen sus efectos, en un ecosistema político como el resultante de las elecciones de ayer, verificamos que ese ‘sentimiento’ provoca el efecto habitual de desasosiego con el que se le asocia comúnmente.

En mí opinión, lo sucedido ayer constituye un saludable acercamiento a la realidad ocultada por los incorregibles adoradores del ‘mundo de Alicia’, que el indispensable pensador y tenaz ‘aguafiestas’ Gustavo Bueno exponía, con su habitual lucidez, en el libro que le dedicó a Zapatero y su corte de prestidigitadores.

Ayer, cinco millones de conciudadanos, adultos al menos en términos de edad, se declaraban partidarios de las tesis de un grupo político cuya cosmovisión nos remite a la Yugoslavia de Tito, en los años cincuenta, con la agravante de presentarla como un indiscutible paso adelante en el desarrollo de lo que ellos entienden por democracia.

Eso es lo que hay, y lo que hay es un dato indispensable a la hora de averiguar qué es lo que pasa en realidad en la cuarta potencia europea, en 2016.

La paradoja histórica que plantea esta realidad ni es una novedad, como tal paradoja, ni creo que sea el anuncio del fin del mudo.

Es, simplemente, un retrato bastante fiel de nosotros mismos; y el desconcierto en el que nos sitúa una provechosa ocasión para despertarnos de una inoportuna siesta en la que nos hallábamos instalados.

La incertidumbre es el estado más fértil en el que se pueden recoger nuestras mejores conclusiones.

Aprovechémosla.