La verdadera arma

LUIS CHEREGUINI

02·12·2015

El pasado viernes 27 de noviembre, un sujeto entró en una clínica de Planned Parenthood en Colorado Springs, Estados Unidos, y se lió a tiros matando a tres personas e hiriendo a otras nueve.

Cuando en enero pasado, unos terroristas asesinaron a doce personas e hirieron a otras tantas en la redacción de Charlie Hebdo, los titulares duraron semanas. En este caso, al día siguiente del ataque la noticia ya no figuraba en la portada de elmundo.es. En elpais.es sí se mencionaba, pero enterrada en el fondo de la home como antepenúltima entrada.

¿El motivo? Muy sencillo: en París los asesinos eran fundamentalistas musulmanes. En Colorado Springs, el criminal es, tenemos que suponer, fundamentalista cristiano. Y tenemos que suponerlo porque las autoridades, con la complicidad de los medios de comunicación, «rechazan especular sobre las motivaciones del asesino» para atacar a una clínica de planificación familiar que, entre otros servicios médicos, practica abortos y por cuyo motivo está en el punto de mira de los influyentes predicadores cristianos norteamericanos y sus voceros políticos del Partido Republicano.

A las pocas horas del suceso trascendió que el asesino, al ser detenido, se justificó diciendo «no más trozos de bebés». Sin embargo, nadie ha responsabilizado de la sangre a iglesias y vicarios fundamentalistas, como sí se responsabilizó de la de París a imanes y mezquitas radicales. Antes al contrario, el Presidente Barack Obama ha reaccionado al atentado instando a «hacer algo sobre el fácil acceso a armas de guerra en nuestras calles de gente que no tiene ninguna razón para llevarlas».

El asesino llevó las armas al lugar del crimen, no las armas al asesino. Fue la fe quien llevó al asesino a la clínica. ¿Para cuándo limitar el fácil acceso de la gente a la religión?