Vampiros, brujas y diablos en la música clásica

Medio siglo antes de que Bram Stoker escribiera una novela maravillosa sobre el más famoso vampiro de la historia, un compositor alemán no demasiado conocido por el gran público escribía una ópera sobre el tema


Desastres de la guerra n.º 72: Las resultas, Francisco de Goya.

NOA TODO / 31·10·2015

Los demonios, la muerte o ciertos personajes que se sitúan entre nuestro mundo y el más allá se convierten en numerosas ocasiones en protagonistas de composiciones de música clásica. Por ejemplo, el anciano Caronte es el encargado de alertar a Orfeo de que tratar de adentrarse en el Hades es una temeridad, un desafío a la muerte y que en su barca nunca ha subido un mortal. Sin embargo, Orfeo estaba dispuesto a asumir el riesgo para tratar de recuperar a su esposa, que murió al ser mordida por una serpiente mientras huía de un intento de violación. Así lo imaginó Monteverdi en una de las primeras óperas —a partir de 1 min 19 s—.




En otro contexto bien distinto, se le atribuye a Tomás de Celano la redacción de un himno sobre el Día del Juicio Final, que aparece en la secuencia de las misas de réquiem. La versión en canto gregoriano suena así:





Y la interpretación de Mozart del Dies irae, acaso la más famosa, así.





Pero además de estar presente en las misas de réquiem, esta melodía la utilizarán muchos compositores para obras relacionadas con la muerte. Por ejemplo, Saint-Saëns en su “Danza macabra” pone música a una leyenda de origen medieval según la que en la noche de Halloween, a las doce en punto, la muerte tocaba y los esqueletos salían de sus tumbas para bailar hasta el amanecer. Saint-Saëns escribe un poema sinfónico que arranca con un arpa dando las doce campanadas y la muerte tocando al violín un tritono o diabolus in musica que hace que bailen los cadáveres, cuyo golpeteo de huesos representa el compositor con el xilófono. Durante esta danza suena el Dies irae y todo acaba cuando el gallo, al que da voz un oboe, canta y los muertos se retiran a sus tumbas a descansar hasta el año siguiente.





Este tema también aparece en el último movimiento de la “Sinfonía fantástica” de Berlioz. El compositor escribió la obra para tratar de seducir a una actriz irlandesa de la que se enamoró profundamente, que lo rechazó e ignoró durante meses, con la que finalmente se casó y con la que fue absolutamente infeliz hasta divorciarse pasados diez años. Sea como fuere, este poema sinfónico narra las visiones y pesadillas de un joven músico desesperado que ha consumido opio. Su quinto movimiento es un aquelarre en el que aparece la imagen de la amada mezclada con las campanas de la muerte y el himno del Juicio Final.





Rachmaninov, el compositor ruso que tuvo que huir con lo puesto de los comunistas y que murió en Beverly Hills, escribió inspirado por un cuadro de Arnold Böcklin un poema sinfónico que lleva el mismo título que la pintura: “La isla de los muertos”. La obra del músico ruso comienza tratando de evocar a Caronte mientras rema. Este tema contrasta con la melodía posterior que alude a la muerte a través del Dies irae.





Liszt también utilizó este tema como base para una de sus composiciones.





Y además escribió cuatro valses dedicados al diablo. El primero, acaso el más conocido, es también una obra programática con la que se nos cuenta la entrada de Fausto y Mefistófeles en una taberna en la que se está celebrando una boda. El vals comienza con Mefisto afinando el violín y rompiendo a tocar. Tras una música muy ágil suena otra más lírica que aprovecha Fausto para bailar con la novia y fugarse con ella hacia el bosque, donde se dejarán llevar por la pasión.





A la historia de Fausto le pusieron música muchos compositores, como Schumann, Wagner, Berlioz, Gounod o Boito. Así de sobrecogedor es el final del Mefistófeles de Boito.





Pero el diablo no sólo inspira a los compositores del siglo XIX. Por ejemplo, el veneciano Giuseppe Tartini nos cuenta que una noche de 1713 el diablo se le apareció en sueños y tocó el violín de una manera tan extraordinaria que lo dejó sin respiración. Cuando despertó, trató de poner por escrito lo que podía recordar de aquella música maravillosa. Y aunque, según nos dice, su composición no es ni con mucho lo que tocó el diablo, está inspirada por él.





La muerte es otro tema que aparece con frecuencia en la música. Por ejemplo, Schubert puso música a un poema de Matthias Claudius en el que una joven le dice a la parca que no la toque y que se aleje de ella. La muerte le responde que es una amiga, que no la va a castigar y se deje caer dormida en sus brazos. Así suena el lied —a los 32 s—:





Este mismo tema lo utilizará el vienés para construir las variaciones del cuarteto “La muerte y la doncella”, que suena en la película homónima de Polanski —a partir de los 13 m y 3 s—.





En la segunda de las “Canciones y danzas de la muerte”, Mussorgsky nos cuenta cómo la parca espera a una joven fuera de su casa, mirando por la ventana como si fuera un enamorado cortejándola.





Por otra parte, entre estas criaturas de las sombras, y medio siglo antes de que Bram Stoker escribiera una novela maravillosa sobre el más famoso vampiro de la historia, un compositor alemán no demasiado conocido por el gran público escribía una ópera sobre el tema.





Y por traer un último ejemplo, recordemos la leyenda de origen medieval según la que el capitán de un barco hizo un pacto con el diablo para poder navegar sin que las tempestades le afectaran. Dios, al enterarse, lo habría castigado a surcar eternamente los mares sin poder tocar tierra. En manos de Wagner, la historia se convirtió en una formidable ópera que empieza de esta manera.





Y quedan en el tintero los diablos de Prokofiev, las brujas de Paganini y el de Dukas, los muertos de Honegger, el diablo de Dvořák, el Satán de Franck y muchas más músicas terroríficas. Pero si realmente quieren saber qué es el miedo, apaguen la luz y escuchen reguetón.