JOSÉ FERNÁNDEZ
03·11·2014
El primer bofetón que se llevó el profesorado español fue cuando algún ministro, a mitad de camino entre la progresía y la necedad, decidió que había bajar a los maestros de las tarimas y que se debía reducir la distancia entre alumnos y profesores. Profes desde entonces. Nada de Don Fulano ni doña Zutana y mucho menos eso tan fascista de hablar de usted a quien enseña historia o matemáticas, y ni pensar en mantener esa costumbre castrante de tratar de usted a los pupilos. Había que tutearse en clase. Y después de treinta años de relajación de protocolos hemos llegado a la paliza como forma de verbalizar los conflictos escolares. Todo ello sin perder de vista todas esas leyes educativas contrapuestas y fragmentadas que han servido para cuajar un país lo suficientemente miserable e inculto como para tener que ver (hablo de Almería y de las noticias de los últimos días) a profesores manifestándose para no ser maltratados por algunos cafres con descendencia en edad escolar.
Cuando un país no sólo no respeta a sus profesores sino que los relega a posiciones sociales y retributivas impropias de la función que realizan, cualquier estrago venidero es posible. La espiral del despropósito ha llegado al extremo de ver que hay padres que, en lugar de hacer causa común con los profesores (eso era al menos lo que yo viví y lo que me contaron que era normal hasta entonces) se ponen del lado de los zangolotinos de sus hijos para coaccionar e incluso agredir a los maestros. No sé qué solución podría tener esto a largo plazo (me temo que nosotros ya no la veremos) aunque a corto se me ocurre que blindar legalmente a los docentes no sería mala cosa. Pero qué quieren que les diga: soy poco proclive al optimismo en este sentido.
Un país que golpea a sus profesores y médicos y aplaude a defraudadores de Hacienda con gran olfato goleador o asiste impávido al desfile televisivo de golfos y bailaputas, no es un país: es un caldo de cultivo para la calamidad.
Cuando un país no sólo no respeta a sus profesores sino que los relega a posiciones sociales y retributivas impropias de la función que realizan, cualquier estrago venidero es posible. La espiral del despropósito ha llegado al extremo de ver que hay padres que, en lugar de hacer causa común con los profesores (eso era al menos lo que yo viví y lo que me contaron que era normal hasta entonces) se ponen del lado de los zangolotinos de sus hijos para coaccionar e incluso agredir a los maestros. No sé qué solución podría tener esto a largo plazo (me temo que nosotros ya no la veremos) aunque a corto se me ocurre que blindar legalmente a los docentes no sería mala cosa. Pero qué quieren que les diga: soy poco proclive al optimismo en este sentido.
Un país que golpea a sus profesores y médicos y aplaude a defraudadores de Hacienda con gran olfato goleador o asiste impávido al desfile televisivo de golfos y bailaputas, no es un país: es un caldo de cultivo para la calamidad.
José Fernández es responsable de Prensa y Comunicación en el Ayuntamiento de Almería.
